viernes, 25 de enero de 2013

Incubando LAT Photo Magazine. Primera revista online de fotografía documental contemporánea exclusivamente con trabajos de fotógrafos latinoaméricanos sobre temas latinoaméricanos. Lanzamiento: primer trimestre del año 13 del siglo 21. facebook.com/latmagazine

viernes, 18 de enero de 2013

Cien años de soledad no pasan en vano


Un macondo

Hoy, el camino entre Santa Marta y Aracataca es una pequeña carretera por donde pasan enormes camiones repletos de carbón, mineral que sostiene ahora la economía de esta tierra, y que van a descargar en un muelle en la costa. Se intercambian el asfalto y la tierra.
La piel se impregna de un polvo que no admite sacudidas. Los conductores no respetan las normas, la intuición guía cuando se trata de adelantar una curva sin visibilidad y a toda velocidad.
De a ratos aparecen, dispersas, las amarillas, fuertes y rugosas hojas del Macondo, árbol que inunda la vía y escasea una vez se llega al pueblo. Sin embargo, no es de ahí de donde viene el nombre del pueblo más famoso y ficticio de latinoamérica.
Es cuando Gabriel García Márquez acompaña a su madre en un viaje interminable por tren a vender la casa materna, por la ventana, el joven escritor ve el nombre de una finca llamada Macondo. Sin saberlo aún, habría de empezar la aventura el “quijote” latinoamericano.


La línea interminable del tren

Hacia 1910 la United Fruit and Company levantó un campamento de gringos,trabajadores incansables con intermitentes esposas. Época de derroche. La explotación del banano atrajo a muchedumbres. Las mujeres bailaban desnudas para los magnates que encendían sus cigarros con billetes de alta denominación. Manadas de aventureros y prostitutas aparcaron porciones de esperanza donde otros ataron sus mulas. Aracataca, fue entonces paraje cosmopolita, receptor diario de nuevas caras, con sus billetes combustibles. El pueblo se ubicó en el mapa del mundo. Los suspiros de los ancianos son la única huella de ese momento.


Plantaciones de banano


Juegos en la noche 1

La percepción del tiempo se vuelve difusa. Se mantienen, llenos de lo que parece un halo de "paralización del tiempo",billares estruendosos, bares, y tarantines de comidas variadas, desde el marisco hasta la carne muy llena de grasa. Sobrevivieron a las balas de los paramilitares del último lustro, los días de un muerto al día. Fueron 10 años. El vallenato se escucha cuando los sentidos se despejan. Rap, merengue y salsa se identifican sólo después que una cerveza helada hace su trabajo. Los hombres mueven los labios, parecen conversar. El sopor pone en duda todo lo que la vista consigue.


La habitación de una puta triste


El cine


Tiempos pasados

“Aracataca es un pueblo mágico, el que se baña en el río se queda, sus aguas son frescas y tienen la magia de la paz y la tranquilidad, de no hacer casi nada” se escucha. Cuesta contradecir con fuerza la propuesta del "cataquero": “quédese mijo”. El baño en el río fue sustituido por una ducha, procurada con el mejor intento de una sucesión veloz de “totumas” llenas de agua templada, al menos cinco veces al día de los cinco invertidos en la tierra natal del Nobel de la Literatura, Gabriel García Márquez.


El Peluquero de Macondo


Río con piedras como huevos gigantes prehistóricos


El calor de las 2

La buena hora

Mi llegada a Aracataca coincide un tanto con aquel pasaje de madre e hija atravesando las calles desiertas y ardientes de Macondo en el sopor de la hora de la siesta de un martes caminando hacia el cementerio del pueblo.
Llego a un miércoles a poco mas de la mitad del día, la gente está encerrada, el sol es un castigo en las partes de mi cuerpo expuestas a él. El ladrido de unos perros raquíticos rompe el sopor de la hora de la siesta. Ladran de puro aburrimiento.
Los "cataqueros", permanecen enclaustrados. El sol determina la dinámica de cuanto ocurre aquí. La humedad es asfixiante y el calor no me deja pensar: marcará todos mis movimientos el resto de mis días. Todo huele y se mueve por el calor, pegajoso, ardiente, aceitoso, ajusticiante.


Cementerio 1


Cementerio 2

"En aquel Macondo olvidado hasta por los pájaros, donde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar...”

Un chaparrón de gotas gruesas convierte en charco las polvorientas calles de Aracataca. Un espejismo de frescura, el calor sigue sofocante. El vapor y los mosquitos duplican su intensidad ¿o la triplican? La piel inicia una nueva jornada de calvario. El sonido del tren cada media hora distrae. Mueve la tierra lo suficiente para sacar fuerzas y correr hasta lograr verlo de frente. Kilómetros de estructura de hierro pasan a una velocidad distinta a la que tiene el pueblo.
Un túnel del tiempo, es el pensamiento natural, hasta los clichés se automatizan.
El tren no lleva gente, sólo carga. La única presencia humana son los vigilantes de la estación. Las taquillas y los bancos de cemento de la sala de espera están vacios.


La estación del tren

Una empanaditas criollas de yuca con queso en el mercado lleno de moscas fastidiosas hacen aparecer a Nora, cocinera experta de “mondongos”. Mientras desayuno, llega un chico medio amanerado con aretes en las orejas. Nora lo escruta y hace un gesto de desaprobación cariñoso “Antes las mujeres querían vestirse como hombres y ahora los hombres quieren parecerse a las mujeres, el mundo al revés da vueltas demasiado rápido” Cualquier cosa es tema de conversación en este pueblo. Y el agua. “¿Cuando en nuestros tiempos se iba a pensar que el agua iba a comprarse?” El agua no es potable en Aracataca pero están acostumbrados a beberla del grifo, haciéndose inmunes a cualquier enfermedad.


El tren amarillo

Pasarla bien

La plaza del pueblo es el lugar preferido por los "cataqueros" para “pasarlo bien": significa tomarse unas cervezas, y pasear por toda la plaza para ver “quién está por ahí”. Hablar y dejarse ver, esa es la diversión.


Juegos en la noche 2


Juegos en la noche 3

Los sábados por la noche , además de pasear y "farandulear" hay noche de gallos. Los dueños y dueñas de los animales, llenos de vida y color llegan poco a poco y meten a las aves en jaulas. Cacarean nerviosos y están pulcramente afeitados y sus plumas aceitadas. Los pesan repetidas veces pareciendo no estar seguros de estar en la regularidad de los pesos requeridos para las peleas.
Después de varios minutos llega la primera pelea, los trabajadores de la gallera colocan espuelas afiladas de acero en las patas de los gallos con cera caliente. Los ejemplares son presentados y el griterío, entre los que se cuelan alaridos femeninos, comienza. No entiendo nada, solo veo a dos pequeñísimos animales que se odian a muerte y que se picotean y se espuelean violentamente, pasan 2 minutos y uno de los gallos cae emanando sangre por el pico, ya tenemos ganador.


Pelea de gallos

La segunda pelea se viene más deprisa y el mismo dueño del gallo anterior envalentonado porque ya ha ganado una, pone a otro a pelear. Lo mismo, gente gritando sus apuestas (que van desde los 20 euros a los 2.000 euros)
Empieza la sangría, uno de los gallos tiene sometido al otro, y éste se escapa y salta entre el público, lo vuelven a meter al ruedo y sigue huyendo. El dueño del gallo huidizo se levanta, lo agarra y con una furia tremenda golpea su pequeña cabeza contra el suelo matándolo en el acto. La hombría del dueño se mide con la fuerza del gallo y aquel, herido en su orgullo machista lo único que se le ocurre es salvar su honor asesinándolo. Yo tengo suficiente y me largo.


Luis Daconte, Petrona y la señora Lucila, pasan las tardes tomando "tintico” y jugando “arrancón”


Gloria de la Hoz tienta a la suerte todos los días

Misa de 6

Otra de las cosas que los lugareños de este ardiente pueblo adoran, es ir a misa, temerosos de Dios, asisten en masa a la iglesia donde unos jóvenes y simpáticos curas amenizan las liturgias con cánticos especiales para no aburrir, uno de ellos, el padre Jhon, utiliza la gestualización exagerada como arma para que el creyente entre en trance.
No en vano las misas duran casi 2 horas y hace falta mucho ímpetu para soportar el calor en la casa del Señor. Una de las misas es para jóvenes y en ésta hay cánticos como el “Chucuchu” que es la canción de un trencito imaginario donde van todos con Jesús, el redentor. Pero la mejor de todas es una canción con coreografía, donde todos cantan “alabemos al señor bailando, arriba! Mano derecha arriba!, mano izquierda arriba!, pie derecho arriba!, pie izquierdo arriba!, cabeza p´arriba cabeza p´abajo, media vuelta entera y ahora sentado!” Todos disfrutan y la liturgia aburrida se hace placentera con estos “efectos especiales” haciendo que el catolicismo entre de manera directa en el corazón asustadizo de los muchachos y muchachas de Aracataca.


Fábrica de hielo


Tiempo paralizado


Un poco de gasolina

El regreso

Contaba las horas que faltaban hasta el domingo, día de mi regreso, cubierto sólo con una toalla enrrollada a la cintura, mi mente comenzó a volar y es que vivir esa coincidencia de imágenes, hechos, colores y costumbres, entre la Macondo del Gabo y Aracataca, es en ocasiones, casi exacta: un pueblo que queda en el fin del mundo, donde parece haberse detenido el tiempo en el espacio de la simplicidad y la ignorancia.
A Aracataca le llegó su segunda oportunidad, de vivir otros 100 años de soledad o de vida pura. Me voy del pueblo sabiendo que no es Macondo, pero con la certeza de que en los vapores del calor se forma la magia realista.

Artículo publicado en Todo en Domingo del Nacional y revista Complot( Venezuela)
Revista Yo Dona ( España) 2007