domingo, 20 de diciembre de 2015

Venezuela cuatripolar. Septiembre-Octubre 2015



Después de esperar 4 horas para pasar desde Colombia a Venezuela por la frontera terrestre de Cúcuta-San Antonio, finalmente me dan acceso. Llevo en los hombros el tubo con fotos en gran formato para pegar en las calles de la ciudad de Mérida durante el festival de fotografía al que me invitaron. El tubo y yo ya somos como amigos, ha volado en dos aviones conmigo desde que salimos de México y nos han pasado cosas, como que no lo querían dejar subir a uno, pero luego si. Le tengo cariño. Mientras camino por el puente hasta el siguiente punto de control (venezolano) un guardia bolivariano ( venezolano) me echa el ojo y me hace señas histéricas a lo lejos de que yo no paso. Miro hacia los lados porque no sé si es conmigo. No entendía nada. ¿Sería por la foto que me hizo mi compañero de fila colombiano del que no recuerdo su nombre en medio del puente? ¿ mi bufanda palestina? ¿mies tatuajes? Quién sabe. Me acerco y me dice que no me deja pasar porque llevo mercancía para vender, le digo que llevo unas fotos para una exposición en un festival en Mérida, "no me importa, me es indiferente" y se cierra completamente. Le insisto en que debe escucharme, niega con la cabeza. Los demás funcionarios me tratan con desprecio. Lo mirio fijamente y le hago un gesto de ¿qué pedo? y un rastro de humanidad parece brotar y me avisa que al rato vendrá un capitán y decidirá.

Es cuando deseo que el tubo sea una bazooka, para reventar con metralla su ignorancia y mala onda innecesaria.

Me ponen a un lado como a un exiliado sin derecho a palabra. Un sargento se acerca y echa un vistazo al tubo; me dice que si extraigo las fotos va a ser mejor, señala el tubo y dice "esa vaina es muy escandalosa".

Saco las fotos (grandes) y ahí en medio de la frontera, en el mismo puente que divide ambos países, las extiendo en el asfalto caliente para enrollarlas de nuevo. Los curiosos se acercan a ver. La primera foto que sale es la de la chica con un fusil AK-47 de una serie de amantes de las armas en los Estados Unidos. Los guardias abren los ojos estupefactos y el que desde el principio me agarró manía señala "con esa foto no vas a pasar, eso es apología a la violencia". 
Lo miro con cara de WTF y trato de explicarle pero le vale madre, solo me pregunta si estuve en los Estados Unidos hace poco. Solo puedo pensar "Dios, que alguien grabe o fotografíe este momento". Sigo arreglando las fotos y aparecen las de los encapuchados de las protestas del año pasado justo aquí al lado en San Cristóbal. Se ríen y hacen gestos, "tú no pasas ni de vaina". Un señor que está por ahí me pregunta "¿es usted fotógrafo profesional?".

Espero otra hora. Llega el capitán, le contaron del contenido de las fotos. Le doy mis tarjetas de presentación que mete en su bolsillo y pregunta ¿qué quieres demostrar con esas fotos?", le digo que a veces hago cosas que me gustan y cosas que no y añade "así que eres un artista". Me sorprende su comentario. Se aleja con los otros dos, y hablan entre ellos por un minuto que parece eterno. El primero, el antipático, me hace un gesto que siento como omnipotente y grita "Ok, pasa". Un colombiano vestido de civil me pide el tubo, lo mira con alegría y dice “esto me sirve un montón”

Han pasado 5 horas. Me despido del tubo con tristeza. Otras cosas sucederían luego. Y solo el primer día. Bienvenido a Venezuela.

Las mujeres y ¿Llevas armas?

Una vez que cruzo el punto de control venezolano donde me "bendijeron" el paso, llego a un camión móvil de rayos X para meter el equipaje.

Como siempre me sale premio. Pero ya estoy más que acostumbrado a que revisen mis bolsos llenos de cámaras, aparatos electrónicos y carretes fotográficos.

Me preguntan de donde vengo, "de México" digo. "¿Qué tal son las mujeres allá?" me pregunta uno, "guapas y simpáticas" respondo. Y sin venir a cuento uno suelta "las mujeres colombianas son sofisticadas en cambio las venezolanas son ordinarias". Tengo que escucharlo mientras sacan toda la ropa de la maleta y chequean minuciosamente mi bolso de fotografía. Siguen hablando de mujeres. Terminan de revisar. Meto sin orden de nuevo mi ropa en la maleta. Siguen hablando de mujeres. "Buenas tardes" les digo, pero ya no me escuchan. Ya se consideran expertos en mujeres y las diseccionan como cirujanos de la ignorancia y el machismo.

Tomo un taxi para San Cristóbal. Tengo suerte de que el chofer sea un personaje muy simpático y educado que se llama Robinson. Llegamos a un punto de control (retén) y la "bizarrez" no ha terminado. Un guardia delgado y alto nos dice de aparcar a un lado. "¿Lleva usted armas?", es lo primero que me pregunta. Le digo que no obviamente. Cuando creo que nos va a dejar ir me dice que debe hacerme un chequeo minucioso en la sede del cuartel pero sin las maletas. Lleva un destornillador largo en las manos con el que juega y eso me parece muy raro. 

Señala una habitación pequeña mal iluminada y cierra la puerta tras de sí. Y ahí estoy, con un extraño guardia bolivariano que no debe tener ni 22 años, a menos de 70 centímetros de distancia en una habitación cerrada y sin ventanas. Lo que viene a continuación es cantinflero. Me indica de poner mi cartera en un pequeño cubo. Se ve mi dinero colombiano; saca todo lo demás de los compartimentos de la billetera: dinero mexicano, fotos personales de seres queridos, mis ID de tres países diferentes y tarjetas de banco. El destornillador en sus manos me sigue perturbando. Toma el dinero colombiano y agitándolo dice "usted no puede ingresar este dinero a Venezuela debido a los problemas que tenemos con Colombia y debe cambiarlo a bolívares porque aquí se debe andar con nuestra moneda". 

Es cuando entiendo que quiere que le ofrezca ese dinero a él. Pero no, eso no va a pasar, me digo. Insiste "no lo puedo dejar pasar, va a tener que regresar (a San Antonio del Táchira donde está la frontera) y cambiar el dinero". 
Le digo, "ok, yo regreso". Cambia su actitud de inmediato "bueno, voy a hacer una excepción y lo dejaré pasar, pero ya sabe para la próxima". Cruzo los brazos y ya no lo veo a los ojos, solo veo el destornillador preparándome a cualquier movimiento extraño que no sucede. Abre la puerta y me voy. Le cuento todo a Robinson el taxista que extrañamente me ha esperado y no se ha robado mis maletas ( algo que no pensé en ningún momento pero todos mis amigos venezolanos luego me dirían que tuve suerte,  a lo que respondí que no todos los venezolanos son unos ladrones)  y riendo dice "¡ese muchacho es tremendo loco!". Si, los guardias bolivarianos y todo lo relacionado con el orden público en Venezuela es para temer, de verdad. 

Es verdad que hay que decir que como todo colectivo hay malos y buenos y sería injusto meterlos a todos en ese mismo saco de gente resentida, despiadada y con muy poco sentido de la lógica humanidad y del humor, pero la fama acumulada es negativa, lamentablemente.


Economía loca

Sumado a la hostilidad de los guardias, en Venezuela se viven situaciones muy bizarras. La delincuencia es tan anárquica que puedes ser asesinado por un celular de última generación, y hasta de antepenúltima. Después de las 8 de la noche las ciudades principales del país quedan desiertas. Los que se arriesgan a salir tienen el ticket de la lotería del crimen consigo. Luego están las famosas colas para comprar productos de necesidad tales como champú, jabón o cualquiera de los productos que el mismo gobierno regula, y que controla.

La economía venezolana es muy loca, dicotómica. Por un lado tienes la gasolina más barata del mundo donde el litro cuesta 0,02 centavos de dólar y es el único país del mundo donde el litro de agua es mucho más caro.



Vivir en la Venezuela de hoy es una mierda.

En octubre pasado, en un medio donde trabajo regularmente apareció un artículo donde un chico venezolano ( eso creo) hizo un experimento. Con 100 euros ( unos 97 dólares) cambiados en el mercado paralelo ( es decir, cualquiera) pudo costearse una vida de mentira, o una vida de fantasía para decirlo más bonito.

Primera explicación pertinente. Si cambias 100 euros en ese mercado, que no es un mercado como tal, sino alguien que tenga el dinero, amigos de amigos, etc, obtendrás unos 100 mil bolívares aproximadamente, según la fluctuación del día que es llevada por un portal web con sede en los Estados Unidos. Real o no, el venezolano, y hasta el mismo gobierno que por años lo negó, se rige  por este “mercado”.

En el artículo dice que con esos 100 mil bolívares puedes vivir un mes allí y hacer una vida llena de lujos, como pagar dos prostitutas de buen parecer, comer en restaurantes caros y dormir en hoteles idem, beber muchas cervezas y hasta alquilar un Cadillac.
Hay cosas que son ciertas y otras no. Lo de la cerveza sí, la cocaína y la marihuana también; lo del hotel y el alquiler de habitación no. Un hotel lujoso ( la visión del lujo es una sola) en Caracas cuesta 75.000 la noche. Ya lo demás no lo puedes pagar. Hubo un cambio en el artículo y sustituyeron las putas por un masaje exótico. Buena jugada, pero igual no te llega. La manera como pueden leerse ciertas historias dan ideas erradas.

Una de las cosas que más llama la atención es lo de alquilar un Cadillac ¿de verdad? No me jodas. ¿Para qué necesitas un Cadillac en Venezuela?. Se me ocurren varias teorías:

1.   Vivir lo mas parecido a un video juego, a un videoclip de jijopero negro con mujeres y fajos de billetes.

2.    Alardear, simple y llanamente.

3.   Que las mujeres te vean y te pelen, pero no, ninguna lo hará, solo las interesadas, lo cual es válido, si, pero patético.

4.    Llevar a unos novios recién casados.

5.    Grabar un video clip que nadie entenderá.

6.    Solo por tener el placer de manejar un auto así.

No tengo nada en contra de la gente que quiera hacer lo mismo que este chico, porque cada uno es libre de hacer lo que le dé la gana con su dinero y con su vida. Pero ¿de verdad? ¿Drogas, putas y cadillac?. Es lo más parecido a la vida de un mafioso.



Partida

Regresé de nuevo por el mismo lugar, la misma frontera. Allí estaba el mismo guardia antipático que me había parado un mes y medio antes. Lo miré fijamente para ver si me reconocía. Y no, ni se inmutó, quizá porque no llevaba la bufanda palestina, los tatuajes a la vista y ningún tubo escandaloso. Debo confesarles que sentí un gran alivio al cruzar a Colombia. Como si me hubieran librado de una cárcel. 
Y lejos de sentirme feliz, tengo una profunda tristeza.

Dentro de pocos días habrán unas elecciones importantes en el país. La oposición tendrá la oportunidad de obtener más diputados para frenar esas obtusas, ridículas y a veces macabras leyes que los chavistas se han encargado de promover desde que la misma oposición, en un momento en que pudieron obtener la mayoría, optó por no presentarse a las elecciones parlamentarias creyendo que con eso chantajearían a un Hugo Chávez crecido y alimentado de ultra poder. Les salió el tiro por la culata. Quizá el domingo puedan recuperar algo, pero pasarán muchos años para que los cambios sean perceptibles. Mientras tanto invito a todos a ir a Venezuela, a pagar un buen dinero por un billete de avión,  y disfrutarla como el chico del articulo de las putas, de la cocaína, la cerveza y la marihuana. Solo añadiría un gasto mas: un guardaespaldas.