domingo, 20 de diciembre de 2015

Venezuela cuatripolar. Septiembre-Octubre 2015



Después de esperar 4 horas para pasar desde Colombia a Venezuela por la frontera terrestre de Cúcuta-San Antonio, finalmente me dan acceso. Llevo en los hombros el tubo con fotos en gran formato para pegar en las calles de la ciudad de Mérida durante el festival de fotografía al que me invitaron. El tubo y yo ya somos como amigos, ha volado en dos aviones conmigo desde que salimos de México y nos han pasado cosas, como que no lo querían dejar subir a uno, pero luego si. Le tengo cariño. Mientras camino por el puente hasta el siguiente punto de control (venezolano) un guardia bolivariano ( venezolano) me echa el ojo y me hace señas histéricas a lo lejos de que yo no paso. Miro hacia los lados porque no sé si es conmigo. No entendía nada. ¿Sería por la foto que me hizo mi compañero de fila colombiano del que no recuerdo su nombre en medio del puente? ¿ mi bufanda palestina? ¿mies tatuajes? Quién sabe. Me acerco y me dice que no me deja pasar porque llevo mercancía para vender, le digo que llevo unas fotos para una exposición en un festival en Mérida, "no me importa, me es indiferente" y se cierra completamente. Le insisto en que debe escucharme, niega con la cabeza. Los demás funcionarios me tratan con desprecio. Lo mirio fijamente y le hago un gesto de ¿qué pedo? y un rastro de humanidad parece brotar y me avisa que al rato vendrá un capitán y decidirá.

Es cuando deseo que el tubo sea una bazooka, para reventar con metralla su ignorancia y mala onda innecesaria.

Me ponen a un lado como a un exiliado sin derecho a palabra. Un sargento se acerca y echa un vistazo al tubo; me dice que si extraigo las fotos va a ser mejor, señala el tubo y dice "esa vaina es muy escandalosa".

Saco las fotos (grandes) y ahí en medio de la frontera, en el mismo puente que divide ambos países, las extiendo en el asfalto caliente para enrollarlas de nuevo. Los curiosos se acercan a ver. La primera foto que sale es la de la chica con un fusil AK-47 de una serie de amantes de las armas en los Estados Unidos. Los guardias abren los ojos estupefactos y el que desde el principio me agarró manía señala "con esa foto no vas a pasar, eso es apología a la violencia". 
Lo miro con cara de WTF y trato de explicarle pero le vale madre, solo me pregunta si estuve en los Estados Unidos hace poco. Solo puedo pensar "Dios, que alguien grabe o fotografíe este momento". Sigo arreglando las fotos y aparecen las de los encapuchados de las protestas del año pasado justo aquí al lado en San Cristóbal. Se ríen y hacen gestos, "tú no pasas ni de vaina". Un señor que está por ahí me pregunta "¿es usted fotógrafo profesional?".

Espero otra hora. Llega el capitán, le contaron del contenido de las fotos. Le doy mis tarjetas de presentación que mete en su bolsillo y pregunta ¿qué quieres demostrar con esas fotos?", le digo que a veces hago cosas que me gustan y cosas que no y añade "así que eres un artista". Me sorprende su comentario. Se aleja con los otros dos, y hablan entre ellos por un minuto que parece eterno. El primero, el antipático, me hace un gesto que siento como omnipotente y grita "Ok, pasa". Un colombiano vestido de civil me pide el tubo, lo mira con alegría y dice “esto me sirve un montón”

Han pasado 5 horas. Me despido del tubo con tristeza. Otras cosas sucederían luego. Y solo el primer día. Bienvenido a Venezuela.

Las mujeres y ¿Llevas armas?

Una vez que cruzo el punto de control venezolano donde me "bendijeron" el paso, llego a un camión móvil de rayos X para meter el equipaje.

Como siempre me sale premio. Pero ya estoy más que acostumbrado a que revisen mis bolsos llenos de cámaras, aparatos electrónicos y carretes fotográficos.

Me preguntan de donde vengo, "de México" digo. "¿Qué tal son las mujeres allá?" me pregunta uno, "guapas y simpáticas" respondo. Y sin venir a cuento uno suelta "las mujeres colombianas son sofisticadas en cambio las venezolanas son ordinarias". Tengo que escucharlo mientras sacan toda la ropa de la maleta y chequean minuciosamente mi bolso de fotografía. Siguen hablando de mujeres. Terminan de revisar. Meto sin orden de nuevo mi ropa en la maleta. Siguen hablando de mujeres. "Buenas tardes" les digo, pero ya no me escuchan. Ya se consideran expertos en mujeres y las diseccionan como cirujanos de la ignorancia y el machismo.

Tomo un taxi para San Cristóbal. Tengo suerte de que el chofer sea un personaje muy simpático y educado que se llama Robinson. Llegamos a un punto de control (retén) y la "bizarrez" no ha terminado. Un guardia delgado y alto nos dice de aparcar a un lado. "¿Lleva usted armas?", es lo primero que me pregunta. Le digo que no obviamente. Cuando creo que nos va a dejar ir me dice que debe hacerme un chequeo minucioso en la sede del cuartel pero sin las maletas. Lleva un destornillador largo en las manos con el que juega y eso me parece muy raro. 

Señala una habitación pequeña mal iluminada y cierra la puerta tras de sí. Y ahí estoy, con un extraño guardia bolivariano que no debe tener ni 22 años, a menos de 70 centímetros de distancia en una habitación cerrada y sin ventanas. Lo que viene a continuación es cantinflero. Me indica de poner mi cartera en un pequeño cubo. Se ve mi dinero colombiano; saca todo lo demás de los compartimentos de la billetera: dinero mexicano, fotos personales de seres queridos, mis ID de tres países diferentes y tarjetas de banco. El destornillador en sus manos me sigue perturbando. Toma el dinero colombiano y agitándolo dice "usted no puede ingresar este dinero a Venezuela debido a los problemas que tenemos con Colombia y debe cambiarlo a bolívares porque aquí se debe andar con nuestra moneda". 

Es cuando entiendo que quiere que le ofrezca ese dinero a él. Pero no, eso no va a pasar, me digo. Insiste "no lo puedo dejar pasar, va a tener que regresar (a San Antonio del Táchira donde está la frontera) y cambiar el dinero". 
Le digo, "ok, yo regreso". Cambia su actitud de inmediato "bueno, voy a hacer una excepción y lo dejaré pasar, pero ya sabe para la próxima". Cruzo los brazos y ya no lo veo a los ojos, solo veo el destornillador preparándome a cualquier movimiento extraño que no sucede. Abre la puerta y me voy. Le cuento todo a Robinson el taxista que extrañamente me ha esperado y no se ha robado mis maletas ( algo que no pensé en ningún momento pero todos mis amigos venezolanos luego me dirían que tuve suerte,  a lo que respondí que no todos los venezolanos son unos ladrones)  y riendo dice "¡ese muchacho es tremendo loco!". Si, los guardias bolivarianos y todo lo relacionado con el orden público en Venezuela es para temer, de verdad. 

Es verdad que hay que decir que como todo colectivo hay malos y buenos y sería injusto meterlos a todos en ese mismo saco de gente resentida, despiadada y con muy poco sentido de la lógica humanidad y del humor, pero la fama acumulada es negativa, lamentablemente.


Economía loca

Sumado a la hostilidad de los guardias, en Venezuela se viven situaciones muy bizarras. La delincuencia es tan anárquica que puedes ser asesinado por un celular de última generación, y hasta de antepenúltima. Después de las 8 de la noche las ciudades principales del país quedan desiertas. Los que se arriesgan a salir tienen el ticket de la lotería del crimen consigo. Luego están las famosas colas para comprar productos de necesidad tales como champú, jabón o cualquiera de los productos que el mismo gobierno regula, y que controla.

La economía venezolana es muy loca, dicotómica. Por un lado tienes la gasolina más barata del mundo donde el litro cuesta 0,02 centavos de dólar y es el único país del mundo donde el litro de agua es mucho más caro.



Vivir en la Venezuela de hoy es una mierda.

En octubre pasado, en un medio donde trabajo regularmente apareció un artículo donde un chico venezolano ( eso creo) hizo un experimento. Con 100 euros ( unos 97 dólares) cambiados en el mercado paralelo ( es decir, cualquiera) pudo costearse una vida de mentira, o una vida de fantasía para decirlo más bonito.

Primera explicación pertinente. Si cambias 100 euros en ese mercado, que no es un mercado como tal, sino alguien que tenga el dinero, amigos de amigos, etc, obtendrás unos 100 mil bolívares aproximadamente, según la fluctuación del día que es llevada por un portal web con sede en los Estados Unidos. Real o no, el venezolano, y hasta el mismo gobierno que por años lo negó, se rige  por este “mercado”.

En el artículo dice que con esos 100 mil bolívares puedes vivir un mes allí y hacer una vida llena de lujos, como pagar dos prostitutas de buen parecer, comer en restaurantes caros y dormir en hoteles idem, beber muchas cervezas y hasta alquilar un Cadillac.
Hay cosas que son ciertas y otras no. Lo de la cerveza sí, la cocaína y la marihuana también; lo del hotel y el alquiler de habitación no. Un hotel lujoso ( la visión del lujo es una sola) en Caracas cuesta 75.000 la noche. Ya lo demás no lo puedes pagar. Hubo un cambio en el artículo y sustituyeron las putas por un masaje exótico. Buena jugada, pero igual no te llega. La manera como pueden leerse ciertas historias dan ideas erradas.

Una de las cosas que más llama la atención es lo de alquilar un Cadillac ¿de verdad? No me jodas. ¿Para qué necesitas un Cadillac en Venezuela?. Se me ocurren varias teorías:

1.   Vivir lo mas parecido a un video juego, a un videoclip de jijopero negro con mujeres y fajos de billetes.

2.    Alardear, simple y llanamente.

3.   Que las mujeres te vean y te pelen, pero no, ninguna lo hará, solo las interesadas, lo cual es válido, si, pero patético.

4.    Llevar a unos novios recién casados.

5.    Grabar un video clip que nadie entenderá.

6.    Solo por tener el placer de manejar un auto así.

No tengo nada en contra de la gente que quiera hacer lo mismo que este chico, porque cada uno es libre de hacer lo que le dé la gana con su dinero y con su vida. Pero ¿de verdad? ¿Drogas, putas y cadillac?. Es lo más parecido a la vida de un mafioso.



Partida

Regresé de nuevo por el mismo lugar, la misma frontera. Allí estaba el mismo guardia antipático que me había parado un mes y medio antes. Lo miré fijamente para ver si me reconocía. Y no, ni se inmutó, quizá porque no llevaba la bufanda palestina, los tatuajes a la vista y ningún tubo escandaloso. Debo confesarles que sentí un gran alivio al cruzar a Colombia. Como si me hubieran librado de una cárcel. 
Y lejos de sentirme feliz, tengo una profunda tristeza.

Dentro de pocos días habrán unas elecciones importantes en el país. La oposición tendrá la oportunidad de obtener más diputados para frenar esas obtusas, ridículas y a veces macabras leyes que los chavistas se han encargado de promover desde que la misma oposición, en un momento en que pudieron obtener la mayoría, optó por no presentarse a las elecciones parlamentarias creyendo que con eso chantajearían a un Hugo Chávez crecido y alimentado de ultra poder. Les salió el tiro por la culata. Quizá el domingo puedan recuperar algo, pero pasarán muchos años para que los cambios sean perceptibles. Mientras tanto invito a todos a ir a Venezuela, a pagar un buen dinero por un billete de avión,  y disfrutarla como el chico del articulo de las putas, de la cocaína, la cerveza y la marihuana. Solo añadiría un gasto mas: un guardaespaldas.








viernes, 31 de enero de 2014

La libertad como punto de partida


No existe mayor felicidad que tener libertad para hacer lo que nos venga en gana. Levantarnos por las mañanas y no tener una agenda establecida o un horario que nos limite. Muchos ya saben que el oficio de fotógrafo te permite esto y mucho más. Si bien hay diferencias notables entre hacer fotografías y crearlas, ahora mismo no las vamos a explicar. Está claro lo que eso significa.


Tener una idea, elegir un tema, decidir cómo y cuando quieres hacer una u otra cosa. Todo esto suena fantástico. Solemos confundir en no pocas ocasiones libertad con anarquía y lograr discernir sus significados para adaptarlos al oficio fotográfico es lo que define la profesionalización.  Si carecemos de lo fundamental para realizar las tareas que nos planteamos, nada de lo que hagamos tendrá la relevancia esencial que necesitamos para prevalecer y/o permanecer en los medios adonde dirijamos nuestros esfuerzos. Y para que esto hacen falta dos elementos, uno aprendido y el otro sensorial: disciplina y pasión. Si no los tenemos, apaga las luces y corre hacia la nada. Si soltamos los zorros en el bosque tienes que seguirlos y saber a dónde van.

Los 9 trabajos reunidos en este número especial dedicado a la LIBERTAD y al ser LIBRE tienen lo básico para entender las diferencias entre el oficio y el impulso efímero que invade esta actualidad invasiva de redes y engaños.

¿Cuantas veces nos hemos parado frente a un edificio y automáticamente nuestra imaginación se pregunta cómo serán los espacios que lo conforman? La fotógrafa mexicana Elizabeth Vinck, con su propuesta Condominio, entra en un edificio cualquiera de la súper poblada Ciudad de México. Disecciona milimétricamente espacios de personas anónimas que acomodan sus entornos libremente, mezclando la necesidad con la personalidad. Muestra las entrañas de una privacidad que de forma natural, genera morbo por lo íntimo. Más allá de la simpleza que esto suscita, el trabajo de Elizabeth lleva a pensar en el territorio que se hace nuestro por el tiempo que lo usemos, que algún día dejará de serlo, y que nos convierte en nómadas sin saber siquiera que lo somos.

El venezolano José Ramírez y su trabajo Reflexión sobre el horizonte, invita a pasear por sus paisajes llenos de paz y de oportunidades. El fotógrafo sabe que tiene la posibilidad de no tener que ir a un siquiatra a expresar sus penas. El visor de su cámara fotográfica es el enlace entre lo que vemos y lo que deseamos ver. Hay que tener mucha madurez técnica y mucha paciencia para diferenciar estas dualidades y llevarlas al instante que permitirá al fotógrafo reconstruir esa sensación previa al momento de dar click a la máquina.
Es sencillo identificarse con el trabajo de Ramírez aún sin ser fotógrafos. La naturaleza, en este caso expresada en blanco y negro por elección personal y libre de Ramírez, es la entrada hacia ese “yo estuve ahí”, único y personal, que lo transporta sin escalas a los olores, al clima, a la desazón, a la alegría, a la idea inacabada o a la culminación de la misma. Terminar y mirar hacia adelante, esa es la terapia. No es un secreto que todo horizonte, de cualquier color y mirado desde donde sea, nos lleva muy cerca de lo que se conoce como meditación, y hacia el encuentro con uno mismo.

El fotógrafo chileno Nicolás Sáez, con su trabajo Ruido Blanco, hace una metáfora sarcástica de lo que se ha convertido la sociedad actual: seres autómatas embobados frente a pantallas de todos los tamaños. Sobran televisores en todos los espacios. Sobran relaciones formadas a través de plasmas.  Sobran millones de minutos pasados mirando hacia ellas.  Sáez nos recuerda que el ruido que genera un televisor sin voz es un sonido que hipnotiza, que paraliza y que nos separa de la realidad. Como si de repente salieran de allí los monstruos que se albergan en cada uno de nosotros.

Alma es Felipe, y Felipe ya no es Felipe, es Alma.  Y si algo Alma sabe es que para lograr ser libre hay que sufrir. El alma de Alma vivió prisionera durante mucho tiempo en el cuerpo de Felipe hasta que un día decide buscar su liberación. La fotógrafa argentina Mariana Bellone la persigue, se mete donde quizá Alma no quería que se metiera. No hay que adivinar que para llegar a esa intimidad tuvo que insistir demasiado. Tuvo paciencia. Mariana acierta  destapando la cruda realidad de una búsqueda por encontrar un sitio en el mundo casi como una road movie. Sus fotografías tienen la suciedad de lo que Alma vive y persigue. No hay encuadres artísticos inverosímiles, ni rebuscadas imágenes contemporáneas. En este ensayo, parece que Alma tomó la cámara y se fotografió a si misma, exponiendo lo desgarrado y difícil de su camino.  Sin filtros, Bellone se convierte así en el enlace entre historia y realidad perfecto para demostrar que el oficio de fotógrafo está lleno de satisfacciones. Mariana le da a Alma una identidad, le facilita un documento de pertenencia en el planeta.

Un cubo que antes tenía líquidos o alimentos es en lo que se fijó  Marienna García en una de las cárceles venezolanas más peligrosas de ese país. Pudo presentarnos lo que incansablemente han hecho fotógrafos de todas partes del mundo: la violencia y el infierno de una cárcel latinoamericana y para más inri, venezolana. Pero no. Su curiosidad la llevo a indagar acerca de estos recipientes y se topó con una realidad diferente a lo que estamos acostumbrados a ver de estos pequeños infiernos. Diferente pero no exenta de una carga de desarraigo y tensión: 5 galones es el tamaño o la medida de la libertad de un preso. Allí guardan lo único que les puede otorgar una normalidad dentro de esa imperfección de vida a la que se sometieron: un cepillo y crema de dientes, algo de ropa, una pastilla de jabón, cigarrillos o comida. Todo aquello que se pueda compactar al máximo posible. 5 galones es lo más cercano que tienen de ser algo dentro de la nada.

Luisa Dörr, en sus noches de insomnio, se sumerge en las calles de una Sao Paulo desierta y oscura. Llama a sus amigos para retratarlos y teatralizarlos como los ángeles (o demonios) que se alojan en su realidad, y que sólo encuentra en las noches, estadio del día en el cual muchos de nosotros ( y sus amigos) estamos  más a gusto para expresar y desarrollar estados de creatividad.  Al amparo de la noche y de la soledad de las calles, Dörr se siente más libre de retratar a gusto a sus personajes, que ya son libres per se antes de ser fotografiados. Quizá sean estas personas las que Luisa ha visto por años, deambulando por calles desiertas latinoamericanas y en la intimidad de un cuarto de baño o el salón de su casa en esas noches interminables donde todo quizá tiene más sentido.

Llevando los contraluces al máximo,  el mexicano Gustavo Ruiz Lizárraga trata de abstraerse buscando en las esquinas de cualquier ciudad latinoamericana imágenes construidas por su imaginación. Lo logra. En sus fotografías, los transeúntes se quedan paralizados como si posaran, en una suerte de pintura realista y los edificios parecen maquetas que él mismo puso allí. Sin llegar a ser influenciado por el pictorialismo más básico, Lizárraga utiliza los elementos de la digitalización y post producción a su favor para recrear aquello que le conviene crear. Pero no, todo lo que está es lo que es y no hay añadiduras ni eliminados. Aún así, nuestra percepción es engamucho orden, de mucha auto. Turas ni eliminados.ñada sutilmente. Si hay algo claro en su trabajo es que para verlo y entenderlo es mejor hacerlo en completo silencio.

La fotógrafa chilena Marcela Bruna, nos descubre una realidad de su país desde una perspectiva muy original y sarcástica. De un asunto local que afecta a sus jóvenes: la educación universitaria es de las más caras del mundo. Marcela encuentra una forma de hacer protesta dándole protagonismo a personas anónimas  colocando una paleta de números con el precio que pagan por ser libres, el cual –imaginamos- va disminuyendo a medida que pasan los días, los meses, los años. Las miradas intensas, cándidas y sorprendidas de sus estudiantes, recluidos en esa cárcel ficticia que son los créditos bancarios, llevan a la reflexión de lo costoso que es poder formarse en libertad. Mientras estén condenados a pagar la deuda serán libres de poder estudiar y hacer lo que les plazca dentro de las normas del sistema, y hasta que no terminen de pagarla no serán libres para seguir su camino y enrolarse en el mismo.

Fernando Montiel Klimt ironiza sobre la gloria divina de la serenidad que todos buscamos y que el mundo globalizado que gira veloz, nos ha quitado.  Klimt crea su versión propia del Nirvana, fotografiando a sus amigos y a los que van pasando por su vida, pintando para cada uno un espacio de alegría y sosiego ficticio. Los inserta en un paraíso artificial que no es otro que el mismo de los protagonistas, llevándolos a un estado de beatitud máxima. Fernando nos recuerda que el hogar es nuestro templo de paz y tranquilidad. Sin duda el mejor lugar para crear y concebir. Es donde liberamos las cargas del frenesí exasperado que se encuentra más allá de nuestros territorios.  Da igual en qué ciudad vivas, Ciudad de México, Buenos Aires o Caracas:  en el hogar nos dejamos ver sin filtros, sin trampas.


Todos los trabajos que se agrupan en esta edición de LAT Photo Magazine simbolizan el concepto básico de energía de los autores a la hora de decidir hacer una historia.
Sin embargo, algunos de los conceptos emitidos por los fotógrafos/as en los textos que explican sus propuestas, están llenos de metaforismos innecesarios que en ocasiones lo que hacen es embarullar las imágenes y no dejarlas vivir por cuenta propia, quitándoles independencia. Lo simple solo se puede explicar de manera sencilla.

 LAT Photo Magazine con este número 4 cumple un año. Crece y se mantiene latente. Seguimos apostando por el talento latinoamericano y por las historias locales. En estos tiempos tan plagados de histerismos mediáticos y fotografías que se pierden en los timelines de las redes egocéntricas asumidas como necesarias, LAT Photo Magazine se arriesga por el trabajo concreto y disciplinado, certero y desafiante. El oficio fotográfico necesita en la actualidad de mucho orden, de mucha introspección objetiva; ya sea con un teléfono móvil o con una cámara de miles de dólares.
Podemos conformarnos, pero eso es lo que debemos evitar. No pasar por el aro del conveniente y seguro mainstream. Para dedicarse a la fotografía hay que dejar de jugar a ser fotógrafos. Hay que buscar lo que no se nos ha perdido. Y cuando llegan los reconocimientos, debes obligarte a trabajar mucho más duro y a no descansar jamás.
La cima no debería ser la meta, el secreto es escalar, en el camino tropezar, caerse, levantarse y de nuevo ajustar las cuerdas, manteniéndolas tensas todo el tiempo. Ser uno mismo, eso es lo que realmente hace la diferencia y si en ocasiones perturba a los demás es que lo estás haciendo bien.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Reyes




1.
Pertenezco a una generación que tuvo la suerte de vivir la gran época del rock venezolano de los años 80 y parte de los 90 encabezada por la banda Sentimiento Muerto. Después de eso, poco me interesó lo que se hacía. Últimamente y ayudado por el hecho de que paso demasiado tiempo en mi auto (porque me ocupo, no porque me guste estar conduciendo)  he redescubierto el placer de escuchar la radio. Mis queridas Mamarock, Gloria y Krys me devolvieron el placer por las ondas hertzianas perdido por allá no sé dónde. Cosa que me ayuda cuando estoy metido en el tráfico a olvidarme de donde estoy. Estoy aprendiendo a oír de nuevo, a no tener el impulso de apagar antes de dejar que las canciones rueden completas. Y sí, hay un nuevo rock hecho en Venezuela que está muy bien. Existen cosas geniales, cosas fabulosas y mierdas incomprensibles.

2.
Soy un rocker empedernido. Las guitarras, los gritos, el desgarro y los beats potentes de las baterías son mi caldo de cultivo desde la infancia. Me gustan los malos/as, los/las outsiders, los auténticos/as, los que se meten en problemas por decir lo que piensan y se empeñan en ser humanos con un don y con una genialidad. Aquellos y aquellas que se manejan en sus propios términos son los más inspiradores. Desde que viera un poster de Jim Morrison, Los Beatles y Kiss en la tienda de discos de mi padre ( Disco Pop en la avenida 20 con 28 en Barquisimeto) tuve curiosidad por lo que había detrás de esos aparentemente buenos niños con peinados de buenos niños, de la mirada intensa de un loco y del maquillaje de unos carajos que me daban miedo. Y como niño que era, primero los ponía en el pequeño tocadiscos de nuestra casa, siempre curioso por lo que saldría de esa conexión entre aguja y líneas de un círculo brillante ( fascinación todavía latente ¿no?) y siempre después de ese acto mágico, independientemente de si me gustaba o no lo que emanaba de esa conexión,  tomaba el acetato y lo tiraba contra la pared. Si, como un freesbe. Podía tener a disposición una enorme cantidad de discos ya que el depósito estaba en el cuarto de los trastes que todo el mundo tiene en su casa. Ese era una de los juegos entre mi hermano y yo: lanzar discos de 45 contra la pared y maravillarnos con la explosión del plástico. Que me perdonen los puristas, ¡pero es que había un montón y era demasiado divertido!
Teníamos 7 u 8 años y ya éramos rockeros rompiendo el rock.

3.
Hace pocos días fui a un concierto de alguien que desconocía por completo. Que si fue miembro de Claroscuro, de Chuck Norris y Joystick. Bandas que jamás he escuchado.
Carlos Reyes tiene un proyecto nuevo que se llama así: Reyes. No asistí muy convencido a su concierto por esa mala y negativa idea preconcebida de que “si no lo conozco para qué voy a ir a escucharlo”. Y me di con una patada en las narices de lo idiota que puede ser uno por tener esa preconcepción que señalé antes. Carlos es un chico sin pretensiones de estrella rock, que hace un rock auténtico, que toca las fibras ( al menos las mías) y de su guitarra se van notas de fuego, acordes de cristal rasgado que pueden sonar como un coro de ángeles enamorados vestidos de negro. Fuimos sus siquiatras por una hora. A través de sus letras es obvio que no hace lo que hace para nadie excepto para él. Nos dijo, toma lo que necesites: amor, pasión, locura, cariño, melancolía, oscuridad, rutina, tristeza. Exorciza y sigue adelante. Carlos refleja mucha intensidad. Si es así o no, guarever. Es un tipo que se baja de la tarima y se va a comer un pepito de carne en la calle con todo el arsenal de salsas, al mismo tiempo te cuenta como llegó a componer el riff de uno de sus temas más difíciles y después la voz se le endulza cuando habla del amor que siente por su querida Belisa…bueno, ahí es cuando el silencio se apodera del planeta.
Es agradable descubrir a gente que es creadora en su territorio y lo saca a la luz. Con el riesgo que eso conlleva, el de mostrar demasiado de uno mismo. Artistas que se inspiran en las menudencias de la cruda, oscura y brillante vida cotidiana, que encuentran belleza en el caos, y caos en la belleza, que te dicen “soy sensible” y no les importa si estarás de su lado. Si lo estás bienvenido, y si no, pues también. 
Carlos es una persona que te dice “esto es lo que hay, esto es lo que soy”. 
Es uno de esos pocos genios sin fachadas.


jueves, 14 de noviembre de 2013

Cárcel y Felicidad


1.
Si, ahora vivo en algo parecido a una cárcel. La sensación es deprimente y angustiante. Un país entero con barrotes: sicológicos, económicos, políticos.
Me voy un mes y aquí cambió todo. Tampoco es que antes de irme las cosas estaban bien. A ver, ahora si parece que se está yendo todo a la mierda. Los precios se triplicaron en todos los aspectos. Cuando sales de hacer la compra en el super piensas con miedo si voy a poder hacer la siguiente y es que cuando ves la bolsa con tres pendejadas y luego recuerdas la cifra, y es ridícula. Y con todo es igual, la sensación de que todo se te escapa de las manos es terrorífica.
Por eso lo de la cárcel. Como Cuba, donde comprar un pasaje para salir del país cuesta años de trabajo para cualquiera y si lo consiguen luego deben sortear la burocracia para que les den permiso y viajar. Pues aquí lo mismo. Ya entramos en esa ruleta de la suerte para ver si podemos o no conseguir los miles de miles de bolívares que cuesta un billete de avión para simplemente salir de viaje a lo que te dé la gana.

2.
En ese mes de ausencia, los chiflados que supuestamente dirigen este país van y crean un Viceministerio de la Suprema Felicidad (no le veo el sentido al ”Vice”, en fin, me da igual) y te preguntas si estás en un capítulo orweliano o en un país de verdad. Ahora resulta que los pobres son infelices, creía que no. Que el dinero no daba la felicidad, que eso era malo y ahora dicen que sí. Pensaba también erróneamente que los discapacitados y los ancianos eran felices, a su manera de vida obviamente. A este núcleo de personas, entre otros que aún no están definidos, iría dirigido el recién creado organismo, para ayudarlos a superar sus adversidades. Y digo yo. ¿un gobierno como gobierno tal y como está armado y conjugado y desarrollado y formado no debe hacer esto sin la necesidad de crear un puto ministerio de mierda con nombre de comic?
Existe algo en el trasfondo de todo esto que no sé si alguien ha evaluado. Esto es: si un gobierno crea un viceministerio para la suprema felicidad ¿quiere decir que los habitantes de ese país no somos felices? ¿qué a la felicidad solamente  se accederá  a través de un papeleo burocrático?  ¿cómo se medirá el rango de felicidad e infelicidad para aplicar? ¿no tendremos todos los habitantes de este país el derecho de ser felices en nuestras propias individualidades? En fin, me agoto, podría estar todo un día escudriñando a la estupidez y de seguro me ganaría. No se puede más.
La creación de semejante mamarrachez genera un sinfín de imaginaciones sarcásticas, irónicas y delirantes que ya mucha gente ha expresado a través del humor; una demostración de que en este país aunque tengamos un montón de razones para no ser felices, nos reímos de las payasadas generadas por quiénsabequiéncoñoseleocurresemejantedelirio  Y eso, supongo que también es ser feliz.

3.
Aquí estoy pues, escribiendo de política ( o de la problemática que crea la política) De los problemas que pasan en mi país. La verdad es que me deprime espantosamente ver que los que dirigen el país son los muñecos de los teletubbies y me asombra la capacidad que tienen de creerse lo que dicen: me quito el sombrero ante ese gigantesco cinismo puro y esencial.
Evidentemente todo esto crea una desazón enorme en mi alma. Me pregunto si habrá gente que piensa lo mismo que yo. En fin, quizá escribir estas líneas me haga sentir mejor, peor o GUAREVER. Que pereza. Y  digo como siempre, ¿a quién coño le importa?