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En toda moda está contenido un rasgo ásperamente satírico respecto al amor, en toda moda están presentes virtualmente perversiones en la forma más descarada. Ambas sentencias de Walter Benjamin en Das Passagen-Werk (París, Capital del siglo XIX), nos sugieren que la mejor manera de darle reconocimiento a un Fashion Victim es a través de la muerte. Este ejercicio fotográfico, casi literario, de registrar un crimen en su tibia escena, no es para decir adiós de forma leve, no es para borrar el placer con cada gesto, no es para darle variedad al espectáculo. No. Tampoco es –únicamente– para hablar de marcas en mayúsculas, auténticas y esclavizantes. Queremos repetir hasta el cansancio esa frase de Frédéric Beigbeder: “el Glamour es el país al que nunca se consigue llegar”. Pastillas, tintas, balcones, venenos, un poco periodistas de crónica roja, otro tanto suicidas ejemplares, nuestra perversión alcanza un amor real: la vida eterna en el sueño de Luis Cobelo. Q.E.P.D.
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Fotografía: Luis Cobelo
Realización: Titina Penzini
Maquillaje: Ivana Barbera
Maquillaje Titina Penzini: David Davies
Maquillaje Deborah Castillo: Deborah Castillo
Post-producción y retoque fotográfico: Tita Beaufrand
Deborah Castillo -
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La obsesión por un cuerpo esbelto no es del todo un asunto contemporáneo: en 1550, Catalina de Medicis, al prohibir la entrada de cinturas anchas a su corte, impuso una hegemonía que duraría 350 años y convirtió a las mujeres en frágiles seres apresados en pesadas varillas de huesos de ballena. Años después, en su descripción sobre las vanidades, Montaigne apuntó: “Qué torturas deben soportar, ceñidas y atadas hasta el punto de padecer en carne viva y hasta morir, para obtener un cuerpo delgado”. El fotógrafo Luis Cobelo jamás pensó, cuando accedió a la petición de los editores de hacerle un retrato a Deborah Castillo, que tales observaciones ocurrirían en tiempo real ante su cámara. Deborah nunca tuvo pudores con su cuerpo, lo usó como campo de batalla en todos sus trabajos. He aquí que intentando afinar su cintura para la sesión fotográfica, estrechó sus carnes hasta resquebrajarse las costillas. Según los informes médicos, dos de estas perforaron sus pulmones causando una hemorragia interna masiva. Detalle morboso: con su improvisado ejercicio de bondage, logró reducir en 5 cm sus medidas. Luis Cobelo, bastante afectado por la muerte, sólo pudo reconocer que la artista mantuvo hasta el final todo el glamour del burlesque.
Mario Aranaga / Tony Daza -
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Tony Daza llevaba varios días con fuertes dolores intestinales. Como sabemos, toda intoxicación con arsénico ocurre lentamente; cada café, vaso de agua o soda de dieta que se bebía en la cabina de radio, contenía veneno en dosis mínimas pero efectivas. Al principio pensó que era un simple malestar. Luego la inquietud que desencadena el arsénico, se convirtió en el detonante de sus sospechas: Mario Aranaga, su amigo y compañero en el programa de radio, con quien compartiera tantos aeropuertos, lo estaba envenenando. Pensó, “quien ríe de ultimo, ríe mejor”. Buscó un veneno efectivo, rápido y fácil de encontrar: Estricnina, usado frecuentemente para matar roedores y hormigas. La tarde del deceso, ambos estuvieron de acuerdo en pedir un cabernet sauvignon en el almuerzo. “Hoy nos hace falta un vino robusto”, dijeron al unísono. En un descuido, Daza volteó a saludar a las personas de la mesa de al lado y Aranaga suministró en su bebida la dosis letal del veneno, sin sospechar que minutos antes, mientras él conversaba solícito con el dueño del local, lo mismo había hecho su compañero. Fallecieron en menos de una hora. Se le achaca al divismo de ambos la cauda de la muerte. La clave parece estar en una conversación oída por su productor de radio, días atrás: los dos compraron el bolso Serdegna cavas de Botegga veneta y ninguno dimitió en su afán de usarlo. No lograron negociar: un día tú, un día yo; les pareció más fácil el asesinato.
Ultra Freskas -
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Alberto de Castro -
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A Alberto le gustaban las malas mujeres. Aquellas que, como Maria Félix, nunca mostraban su edad porque estaban demasiado ocupadas en vivir la vida como para contarla. Las adictivas, las fuertes, las pérfidas, las calculadoras, las vividoras, las traidoras, las devoradoras, las rebeldes, las misteriosas, las oscuras, las vampiresas; esas eran las que él disfrutaba. Pero para su desgracia, ninguna de ellas lo mató. En cambio lo asesinó una suave, decente, dulce, honesta, solícita y respetable dama, que hubiera dado su vida por poseer algo de la perturbadora sexualidad que exuda Rita Hayworth mientras baila y se quita los guantes como Gilda. Esa tarde en el taller de Alberto de Castro, la dama miró con recelo el traje de una mala mujer. Luego, frente a uno de los espejos, se observó con detenimiento. Si una imagen es el alto que hace la mente entre dos incertidumbres, ella, antes del crimen, quiso huir hacia lo incierto. Lo que vio no le gustó: ese cuerpo, su cuerpo, jamás podría usar aquél vestido. Alberto captó inmediatamente la transformación, decidió dejarla a solas, había entendido su secreto. La dama no quería ser decente y al verse descubierta, buscó con desespero un arma para eliminar a su testigo. Alberto fue encontrado en su taller de Altamira doce horas después. Le habían asestado seis tijerazos por la espalda. El caso jamás se resolvió. En la escena del crimen lo único que faltaba era un vestido.
Titina Penzini -
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Aníbal Mestre -
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No existe fotografía definitiva y la belleza no es precisamente un atributo permanente. La imagen que desencadenó el crimen, capturaba la belleza en su momento de mayor esplendor, pero también registraba su evanescente naturaleza. No existe fotografía definitiva porque todo lo que atrapa cambia, muta, se desvanece. Durante las averiguaciones del caso hubo muchos implicados. El Mercedes Benz donde se encontró el cuerpo estaba abandonado cerca de la casa del conocidísimo Francisco Beaufrand, así que, en principio, se pensó que todo fue ideado por un grupo de fotógrafos celosos por la ascendente carrera del joven Mestre. Pero no tener los poderes de Lord Henry Wotton, aquel que le entregó a Dorian Gray una cuota indefinida de juventud, fue el pecado que lo mató: “Nunca sería de nuevo tan hermosa como en esa imagen”, declaró la linda modelo que organizó el secuestro y la consecuente muerte de este fotógrafo de modas.
Elías Atencio -
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Rubén Beneyto -
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Thomas Carlyle escribió en 1833 Sartor Resartus –algo así como El sastre rastreado– suerte de sátira filosófica en la que a través de una “Filosofía del vestido” se analiza de forma casi milimétrica eso que llaman El orden social. A lo largo de sus páginas, los dandies son definidos como: “hombres cuyo oficio, función y existencia consiste en llevar puestas en las ropas, todas las facultades de su alma. Espíritu, bolsa y persona están heroicamente consagrados a ese único objetivo. Así como otros se visten para vivir, ellos viven para vestir”. A juzgar por la cantidad de bolsas que pueblan su escena criminal, no sería erróneo afirmar que Ruben Beneyto era un dandie. Espíritu, bolsa y persona eran la sagrada trinidad del escritor británico. Hoy habría que hablar de un cuarteto divino y agregar la tarjeta de crédito. Consumo, ergo, luego existo. Tras llevar al límite posible todos sus plásticos (entre los que se incluía un tarjeta de la UNICEF), Beneyto, sumergido en una orgía de bolsas y objetos, entendió la frase de una almohadita que parece ser su nota de suicidio: “Existe um mundo melhor, mas é carissimo”. Un sabio cóctel de vino tinto, Tylenol P.M y benzodiacepinas se lo llevaron al otro mundo. No sabemos si uno carísimo, pero esperamos que, sí, mejor.
Luis Cobelo -
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El suicida jamás regresa a la escena del crimen. Él no fue la excepción. Su cuerpo, víctima de las múltiples fracturas ocasionadas por el impacto contra el piso, dio su último estertor en las afueras del edificio Universe de Altamira. No hubo averiguaciones. Algunos funcionarios policiales notaron que en el balcón desde donde cayó, quedaron huérfanos el par de zapatos que se quitó antes de saltar. El gesto tiene una doble lectura: o bien no quería ser uno de esos desordenados cuerpos inertes a los que siempre les falta un zapato o, de algún modo, quería permanecer en el mundo. La vida le jugó una mala pasada, a saber: estar en el lugar correcto en el momento justo para presenciar cómo la muerte invadía todos lo espacios de su vida. A donde iba, alguien moría. Apesadumbrado, triste y solitario encontró en el vacío su consuelo. Extrañaba mucho las risas de sus amigas, el parloteo banal de las mujeres que tanto lo atormentaron y amaron: Ana Khan y Titina Penzini. Mientras caía pensó con placer –y un poco de vanidad– que incluso muertas, logró que se vieran bellas.
Homenaje póstumo a los creadores de la revista Plátano verde, que murieron en la imprenta, intentando que la revista saliera a tiempo. Hoy, ya se puede conseguir en los kioskos y librerías de Caracas.Paz a sus restos.
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