sábado, 23 de febrero de 2008

Buenos Aires


Vuelvo a esa hermosa ciudad con hermosas personas.
Desde que la visité por primera vez hace 5 años siempre es una alegría regresar.
En Venezuela siempre pensamos que los argentinos son petulantes y arrogantes cosa que tiene su punto de certeza. Me atrevo a decir que sobre todo, los que se van de Argentina, y aquellos que dejan la gran ciudad, tienen un andar por el mundo un tanto avasallador adjuntado con un pensamiento de que Argentina es el único país que existe en la tierra. No hay peor cosa que publicitar que lo mejor del mundo es el país donde vives. Corres el riesgo de caer y de quedar mal porque las perfecciones no existen y menos los países perfectos. Lo mejor es darle aires de grandeza a tu casa, a tu espacio, a aquel minimundo que has creado para vivir junto a los que amas, independientemente de los entornos en los que te toca moverte.
Creo que la petulancia y también, la ignorancia, existe en todos lados. Recuerdo una vez en Cuba, un periodista que había tenido la oportunidad de viajar a otros países por trabajo me dijo "nada como mi país, es el mejor sitio del mundo" y es que el amor por la patria puede ser ciego.
Yo podría vivir en Buenos Aires a pesar de que ese "porteñismo" a veces es insoportable: no puedo, estoy ocupado/a, tengo pereza, es imposible, él o ella no es nadie....esas y otras frases son comunes en el porteño, además de una desagradable sensación de que les alegra cuando te va mal ( en el ambiente laboral, en el personal se desviven por hacerte sentir bien)
Desde que conocí esa ciudad siempre sueño con la ilusión de vivir allí. Cosa que puede parecer extraña después de haber leído todo lo anterior. Creo que hay muchas cosas por hacer, y como yo no soy perezoso pues tendría mucha actividad.
Pero bueno, Buenos Aires es muy grande, y como en todas las grandes ciudades, hay personas y gustos y karmas para todo. Lo importante es no caer en la "mala leche" que recircula, ya sea en Madrid, Caracas, o Buenos Aires.

viernes, 15 de febrero de 2008

Rebelde en las favelas



Es el ángel de la guarda de los más débiles: desde su escuela se ocupa de alimentar, alfabetizar y apoyar psicológicamente a los niños de la calle de las favelas de Río de Janeiro. Semejante tarea sólo es posible con grandes dosis de coraje y toneladas de amor. Estuve con ella durante tres días, en una inolvidable estancia en el lugar más peligroso de Brasil.

Son las 9 am y llueve en Río de Janeiro, una ciudad triste bajo la lluvia. El sol hace que se vea mejor, pero es un espejismo.
Las favelas inundan el paisaje. Río es una metrópolis sobrecogedora, donde los contrastes entre clases son abismales.
Exceptuando el fútbol y los bikinis, lo que más se conoce es la violencia en las calles y la miseria de la vida de los "meninos da rúa" . Y es que la situación en Brasil es crítica: más de 60 millones de personas viven en la pobreza; 23 millones de niños no van a la escuela y cada semana más de 1.000 asesinatos enlutan a cientos de familias.

Un oasis de esperanza

Hay quien pretende cambiar el futuro de un puñado de seres humanos: Yvonne Bezerra de Mello, filóloga, artista plástica y psiquiatra de oficio, después de 12 años al frente de una actividad tan compleja como la de ‘reamueblar’ el alma de los niños callejeros, lo hace desde Uerê, ONG que dirige con mano de hierro y mucho corazón.
Quería conocer a esa mujer de 56 años, atractiva y decidida, a quien los traficantes respetan. Para llegar a la sede es necesario llamar, si vas solo corres el riesgo de que te atraquen o te maten. Yvonne me indica el lugar de encuentro, donde me esperará Ayrton, el chofer de la ONG
Luego de unos minutos llega una camioneta con el logo de Uerê (una cara de un niño feliz con los colores de Brasil, amarillo y verde). Este hombre moreno con cara de buena gente me cuenta lo difícil de los inicios del proyecto, cuando recogía a niños de la calle que lo atacaban o lo robaban. “Ahora muchos conocen el proyecto y vienen voluntariamente, aunque siempre hay casos especiales”.
Llegamos a la casa. En contraste con el exterior, reina “demasiado” silencio. No puedo evitar una punzada de miedo ante tanta tranquilidad en un lugar que esperaba bullicioso. Pero me relajo al descubrir que hay niños que parecen felices corriendo entre paredes con dibujos y mensajes estimulantes: “Tengo derecho a decir lo que pienso”.



Una niña preciosa me sonríe. Le pregunto su edad. Tímidamente contesta: “sete” (siete). “Es Bruna Gonçalves, sus padres son alcohólicos, sufre ataques de pánico”.
Ayrton habla del asunto con absoluta normalidad, familiarizado como está con el dolor. Para mí, sin embargo, es la primera historia trágica que escucho de un niño.
Yvonne está en una de las aulas. Entro para avisarle que llegué. Los niños me ofrecen un “¡Booos diasss!” vibrante y sonoro, se abalanzan sobre mí para abrazarme. Me dicen “tío”, que es como llaman a los mayores. Yvonne, con jeans y una camiseta con el logo de Uerê, está con un niño de 10 años recién llegado, con la mirada perdida y que no puede leer ni escribir. Su madre lo llevó: quiere encontrar la clave del bloqueo; parte de la pedagogía de Yvonne es escudriñar el pasado de los niños y encontrar la fisura emocional que les impide aprender. Le lleva media hora descubrir que el problema del niño se generó cuando, a los seis años, vio cómo una bala perdida asesinaba a su mejor amiga.



Satisfecha por su descubrimiento, Yvonne me lleva a su oficina. Su proyecto es consecuencia de un trabajo que comenzó en Río de Janeiro, en 1981, donde trabajaba con pequeños grupos de niños de la calle: “Ellos estaban ahí, y yo iba todos los días a controlarlos, a ver cómo podía mejorar su situación”. En 1993, un grupo de estos niños fue asesinado por un comando de la policía en un episodio conocido como “Chacina da Candelaria” (La masacre de Candelaria. Con los sobrevivientes, creó su primera ‘escuela’. “Me los llevé debajo de un puente pero después de cuatro años me di cuenta de que trabajar en la calle no da resultados rápidos, y la inmediatez es necesaria con niños en situaciones extremas; sin un lugar al que acudir no había efectividad ni forma de protegerlos y educarlos. Y me planteé crear un centro”.



En uno de los salones un profesor lucha por transmitir el significado de una sencilla ecuación a cinco chicos. Me llama la atención un muchacho muy concentrado, de no más de 13 años. Es Jonathas Santos de Castro. En 1998 su padre fue asesinado ante él por traficantes de la favela; cortado vivo y mutilado, pasearon lo que quedaba de él por todo el barrio. Su madre y él fueron amenazados de muerte: la orden era no hablar de lo que pasó. Tras el suceso, Jonathas dejó de crecer, no habló por tres años y desarrolló una miopía traumática. Yvonne y sus compañeros del centro le dedicaron cinco años de trabajo. Ahora es un niño con una inteligencia superior a los de su edad, una beca de estudio y habla español.



En mi primer día, Yvonne me da una gira por Uerê: tres pequeñas casas, donde niños de entre 4 y 15 años acuden desde las 9 am hasta las 5 pm. No viven allí, llegaron por iniciativa de sus familiares y por la de algunos profesores de las escuelas donde estudiaban. Me muestran la cocina y un comedor. Un segundo piso alberga la biblioteca y una sala de computación.



Luego visito las aulas de los pequeños entre 8 y 10 años, que me saludan con energía, se les ve tranquilos y felices. Cuando saco la cámara una niña trata de agarrarla y me da un mordisco. Así conozco a Yasmine Da Silva, de 8 años. Abandonada por su madre, vive en casa de una señora que cobra por atenderla a ella y a otros niños. El padre la ve cuando puede, prefiere pagar y dejarla allí. Pregunto si hay algún niño que no tenga una historia desagradable. “No, no hay”, confirma Yvonne secamente.

Mi vecino, mi enemigo

Al día siguiente sigue lloviendo. Llego a la oficina de Yvonne y oigo lo que parece ser un tiroteo. Ella ni se inmuta. Le pregunto si son tiros; tranquilamente asegura: “Sí”. Al día siguiente me entero de que eran tiros de la policía, quienes ajusticiaron a tres chicos. Esto es cotidiano en Complexo da Maré, un barrio con 17 enormes favelas y tres bandas que negocian con drogas y armas.
La sede de Uerê está en Baixo de Sapateiro, la zona más peligrosa y pobre de Maré, de donde son casi todos los niños y donde “casi nadie tiene trabajo y pocos poseen calificación profesional”, según Yvonne. De 400 familias, 350 están desempleadas, y sus ingresos por ayudas gubernamentales no llegan a 40 euros mensuales. Uerê está en el radio de acción de dos bandas rivales. En las escuelas de la zona hay una deserción escolar altísima, de 400 niños inscritos la mitad abandona por la presión de las bandas. “En las escuelas hay tráfico de drogas, y por eso las bandas son las que mandan”. Pero, esta mujer se ha ganado el respeto de los traficantes. “Cuando hay una guerra entre rivales, llaman y dicen que cierre el centro, porque habrá un tiroteo, y el peligro es morir por una bala perdida. Con nosotros tienen mucha consideración. No me meto con ellos y ellos no se meten conmigo”. Y es que en las favelas las leyes que mandan son las de los traficantes.

Aprender a ser libre

El problema de los niños es convivir con esa violencia tan carnal.
Todos tienen problemas de aprendizaje y están traumatizados por la realidad que viven. En Uerê refuerzan sus aptitudes y los ayudan a resolver conflictos emocionales.
El sol brilla en mi tercer día de visita. Hay un tiroteo y debo correr pegado a la pared hasta llegar a una de las aulas. Entro a hacer unas fotos en la clase de ballet, pero la profesora me dice que salga: estoy desconcentrando a las niñas. Me voy a la clase de capoeira. Entre los más avezados está Roberta Nunes, de 11años. Su padre, alcohólico, abandonó a la familia. La madre trabaja como empleada doméstica, y no está en casa. El profesor completa su terrible biografía: “Viven con la abuela. La familia recibe 100 euros al mes”.
El ‘milagro’ de que los resultados educativos se noten tan rápidamente (a las dos semanas dan muestras de reaccionar) tiene un procedimiento: se trabaja la autoestima a través de actividades personalizadas, que también estimulan la creatividad y disciplina.



Además se dan clases para recuperar lo que no aprendieron en el colegio y ganar confianza. Yvonne confiesa: “Soy una guerrera porque estoy contra la mediocridad. No me interesa ayudar a los pobres si no van a ser los ricos del mañana. Mi ánimo siempre es bueno. Los niños me dan fuerza, aquí siempre hay alegría. Los problemas me dan energía para conseguir soluciones. Tenemos muy poco dinero para todo, pero nos administramos muy bien”.
Cada niño Uerê cuesta 25 euros al mes. El empeño es que tengan una formación para conseguir empleo.



Antes de irme de nuevo hay tiroteos, Yvonne me tranquiliza:
“Acuérdate de que por aquí no pasan balas”. Yo, de todas formas, me pego a las paredes y necesaria y rápidamente me despido de los niños con besos y abrazos. Me piden que regrese a enseñarles español, que salude a Robinho y a Ronaldo de su parte... y que, por favor, no me olvide de ellos.

Artículo publicado en Yo Dona( España) EME del Nacional( Venezuela)
2005-2006

jueves, 14 de febrero de 2008

Reflexión acerca de un libro estupendo: Villa Diamante de Boris Izaguirre


"Caracas Sangrante"
Nelson Garrido


Me recordó a mi adolescencia barquisimetana, inocente, naif y feliz. Donde no me perdía por las noches las telenovelas "El sol sale para todos" que me hizo llorar o "Las amazonas" donde mi entrepierna vibrava con los jeans ajustados de las protagonistas, las maduras y las jóvenes.
Igual recuerdo esas escenas de una novela (de Cabrujas, pero no recuerdo su nombre) donde Gustavo Rodríguez(?) era el implacable Pedro Estrada que torturaba a los contrarios al régimen de un gordito nauseabundo que aún así hizo que se construyera una ciudad moderna y única. Pero hasta ahí, eso fue lo destacable de un periodo gris y por supuesto, elegante. Un país que aún tiene el lastre de ser "futuro", y que cada día que pasa se comprime hacia al pasado, hacia la mezcla de retrógradas ideas parecidas a las de ese dictador rellenito y a las de libros viejos y gastados. Venezuela lleva años anclada en la palabra "posible".
Boris retrata a una Caracas que es detestable pero que tanto amor da a través de sus montañas salvajes, como la gente que la habita.
Es un libro para hacer una telenovela, pero ya no se hacen buenas ahora. Me maravilla saber que en la época en que yo era un adolescente se hacían cosas en la tele de una calidad increíble, pero el país vivía como anclado en una pendejada cultural retrógrada que menos mal teníamos amigos que viajaban y traían los últimos cassettes de Londres donde venia la música de Joy Division o Cure o los Smiths( la verdad lo único que me interesaba en ese momento)
Yo no sé si Venezuela sigue siendo MI país, unas veces lo siento tan lejos, otras, demasiado cerca. Me aleja la forma y la ideología que me quieren vender e imponer: rancia, improvisada y ridícula. Me acerca la gente, MI gente: antiparabólica.
Boris, gracias por esa lección de buen gusto, de historia, y que ojalá sirva para que las actuales mentes manipuladas por la ignorancia sepan lo que es la memoria histórica, tan poco valorada en estos momentos, que pareciera que solo a partir de H. es que Venezuela existe.

domingo, 10 de febrero de 2008

Las Philly Roller Girls



Philadelphia, la quinta ciudad más poblada de Estados Unidos, con casi 6 millones de habitantes en el área metropolitana. Aquí se forjó la América orgullosa: en 1776, el Congreso Continental de las 13 colonias se reunió en la ciudad y el 4 de julio declaró la independencia de Gran Bretaña.
La mejor manera de ir a Philly desde Nueva York es tomar los autobuses en Chinatown, que por sólo 10 dólares te garantizan una experiencia al menos peculiar: las terminales están en medio de la calle y son como cualquier parada de autobús latinoamericana, con gritos de mujeres chinas que te abordan para que les compres sus tickets. Las salidas no son puntuales, pero una vez que te has montado en un autobús, y mientras esperas que salga, puedes ver por la ventana el espectáculo de las chinas peleándose para conseguir clientes. Luego se sientan a comer y escupen al suelo sin ningún pudor escénico los huesos de lo que sea que comen. Ya dentro del bus, el olor a fritanga es total, no es muy agradable, pero por ese precio no esperes que todo huela a flores.







El primer día de sesión me cito con todas las chicas frente a la estatua de George Washington. Y allí están, con sus patines colgando del hombro, escrutadas por la masa de turistas y por la policía.
Su imagen es muy fuerte: tatuajes por todo el cuerpo, shorts o faldas cortísimas y mucho piercing; en fin, demasiado agresivas para la esquina de la independencia norteamericana. Hechas las presentaciones de rigor, nos lanzamos hacia un bar en el centro de la ciudad que servirá de base para la sesión de fotos. Allí, más de lo mismo: gente tatuada y rock and roll. En el fondo, las Roller Girls son chicas normales, de las que te puedes encontrar por la calle o en una disco, o comprando en el supermercado.







La liga de las Philly Roller Girls se creó en marzo del 2005, pero este deporte tan peculiar se gestó en la década de los 40 del siglo pasado, cuando el país se quedó sin hombres por culpa de la II Guerra Mundial y Estados Unidos necesitaba deportes para divertir a la masa aburrida y deprimida que no estaba pegando tiros. Hasta la fecha ha sobrevivido a varias etapas, siendo esta la más fructífera, ya que no sólo hay ligas en Philadelphia, sino también en Boston, Nueva York, Seattle y muchas ciudades más.

No es una liga nacional, sino ligas locales, pero se estudia la posibilidad de extenderla a todo el país. Eso traería como consecuencia la profesionalización, lo cual, según muchas de las chicas, restaría emoción a un deporte concebido para divertirse. “El cochino dinero lo echaría a perder”, asegura una.

Sus actividades son reseñadas en la prensa y se anuncian en pósters pegados por toda la ciudad. La liga se financia básicamente con el precio de las entradas; con ellas pueden alquilar el local y conseguir el atrezzo para los partidos, que se celebran una vez al mes, los domingos por la tarde. Las chicas tienen edades comprendidas entre los 19 y los 40 años. Para practicar este deporte sólo hace falta garra y, a poder ser, que te guste el punk, el rock, rockabilly, el psychobilly, los tatuajes y el look retro. Eso y ser muy, pero que muy agresiva.





Primer derby

Al día siguiente de la sesión “formal” de fotos me espera el meollo del asunto: un derby, que hoy enfrenta a los equipos de las Philthy Britches (carniceras) y las Heavy Metal Hookers (prostitutas). El ambiente es muy agradable, la mayoría de asistentes son jóvenes con tatuajes y vestimenta “grunge-retro-punk” y parecen estar a vuelta de todo, es decir: la típica pose “somos cool”.

Por los altavoces señalan el inicio del juego y el público toma posiciones mientras una banda punk-rock hace ruido acelerado con sus guitarras. Las chicas patinan haciendo los calentamientos de rigor y dos comentaristas narran todo lo que pasa, no dicen mas que groserías y pendejadas. Primero presentan a los equipos, que en medio de la algarabía del respetable saltan a la pista haciendo su propia coreografía de presentación. Las "carniceras" son más modositas, pero las Heavy Metal "prostitutas" son gritonas, salvajes y morbosas.



Todo está listo para empezar. Me quedo al borde la pista, en un sitio privilegiado y peligroso, pero el mejor para hacer fotos. Empiezan a patinar a toda velocidad. Unas van en cabeza, muy rápido. Llegan las primeras caídas, gritos y aplausos. Las que van delante son ayudadas por sus compañeras. No entiendo nada, aunque los tantos se van sucediendo. Por el momento ganan las Philthy Britches. Mientras juegan sigue sonando la música punk-rock y los comentaristas continúan animando pero ya hace rato dejé de escucharlos.

Pero , ¿de qué va esto?

Un derby está dividido en tres periodos de 20 minutos. En la pista, cada equipo tiene 6 patinadoras: una pívot, una “jam” y cuatro bloqueadoras. La pívot anota los tantos y las bloqueadoras usan sus cuerpos para impedir que la pívot del equipo contrario consiga su objetivo, que consiste en dar una vuelta completa a la pista. Cuatro árbitros se encargan de vigilar las posibles faltas que se cometen: no se pueden usar las manos ni los antebrazos (pero sí los hombros), ni empujar intencionadamente, ni pelear, etc. Vuelvo a la pista. Las chicas siguen patinando, dan vueltas, se caen, se insultan entre ellas, y los tantos siguen subiendo al marcador. Y yo sigo sin enterarme de nada; pero no me importa, el ambiente es excitante.



Después de unas dos horas, el partido llega a su fin. Ganan las Philthy Britches.
Pero eso no impide que me vaya, con ganadoras y perdedoras a tomar cerveza de litro y a cenar. Comen como diablas, ¡y es sólo la cena! Hamburguesas, pizzas, cerveza, sodas y postre. Estar con las Philly Roller Girls ya ha sido demasiado intenso, y agotado, me escabullo sin despedirme hacia mi hotel. Reflexiono sobre todo lo vivido junto a ellas: no son estrellas, y aunque se hayan puesto un nombre de guerra más agresivo que sus personalidades reales (por aquello de lo que les gustaría ser), en el fondo son mujeres normales y dulces, algunas casadas y con hijos, con aspiraciones muy básicas: ser felices y divertirse.



Artículo publicado en Todo en Domingo (Venezuela) Primera Línea (España) y Maxim USA en español. (2006-2008)

www.phillyrollergirls.com

miércoles, 6 de febrero de 2008

Pasión por la pelota

Los peloteros cubanos son reconocidos como los mejores del mundo. Cuba se ha convertido, en las dos últimas décadas (como lo fue antes del triunfo de la Revolución), en una cantera que abastece las Grandes Ligas de Estados Unidos con talentosos “desertores”. Varios jugadores son tentados por los fabulosos ingresos que promete la pelota norteamericana. Pero no todos los grandes beisbolistas cubanos sucumben ante el “vil metal”, como dice frecuentemente el presidente cubano, Fidel Castro.
Para algunos expertos, el hecho de que el béisbol en Cuba se desarrolle dentro de enormes limitaciones, sólo tiene una explicación: el incondicional y apasionado amor al deporte de los aficionados cubanos.



Empieza el show

Es viernes y anochece. Alrededor del estadio, algunos hombres y no pocas mujeres apuran las botellas de ron a palo seco. No se puede beber dentro de los recintos deportivos en Cuba, pero entrar borracho aún está permitido. La seguridad es máxima, y policías por todos lados controlan que no se desmadre nadie. Algunos ya empiezan a bailar al ritmo de tambores sacados de quién sabe donde y de artilugios mecánicos que hacen ruido. Por la megafonía no para de sonar el famoso Reggaetón, que pone a las niñas, con sus minúsculos shorts o minifaldas, a mover las caderas sensualmente.
Esta calma inicial la rompen dos hermosas y frondosas mujeres que discuten por algo. En un país en el que todo el mundo vive pendiente de todo el mundo, casi el estadio al completo se da la vuelta para disfrutar del espectáculo que surge en las gradas: en medio de las dos mujeres hay un hombre con cara de tonto. Una le dice a la otra: “me estoy echando a tu marido”, la otra se abalanza sobre su melena y la araña con sus afiladas uñas de manicura caribeña. El tipo, no precisamente un adonis irresistible, trata de separarlas, y recibe lo suyo también; no sabe cómo escapar a la furia de las dos mujeres. La policía corre a auxiliarlo y a poner orden.
Y es que en Cuba hasta los problemas domésticos pueden llevarse al estadio de Béisbol. Porque para los isleños este deporte no es simplemente el juego de unos tipos jugando con pelotitas y bates y haciendo estrategias: es una pasión, una religión, es lo que cataliza las emociones de todos, y les hace felices o les entristece, les ayuda a olvidar y a recordar épocas diferentes. Desde la última década del siglo XIX éste deporte se mimetizó con el carácter y la personalidad del pueblo cubano. No está probado científicamente, pero los cubanos saben que lo llevan en la sangre.



Todo el mundo en Cuba es manager

No hay actividad social más grande que el béisbol en Cuba. En 1878 nace este deporte en USA, y 6 años después llega a Cuba. Los españoles lo prohíben, razón por la que se jugó clandestinamente. Los españoles deseaban que los cubanos se aficionaran por los toros, pero éstos prefirieron los palos, las pelotas y la estrategia a la sangre, las espadas, y la muerte.
Lo primero que logró el béisbol en Cuba fue restarle público al espectáculo nacional de aquella época: las corridas de toros. El béisbol fue un deporte que, en sus inicios, fue jugado desafiando a las autoridades coloniales españolas, quiénes veían el invento como una forma “secesionista” y “peligrosamente violenta” debido al uso de los bates.
Los deportes son importantes en Cuba. Son baluartes de la revolución, y su efectividad ha sido comprobada a lo largo de los resultados en las competiciones olímpicas y mundiales. La disciplina deportiva se rige por un carácter militar y tajante. Los entrenadores están atentos a cada movimiento que cada deportista hace, a su alimentación, a su musculatura, y su compromiso revolucionario está monitoreado permanentemente. Todo para mantener el sueño de llegar a ser alguien en ese país y luchar por la patria, incluso morir por ella.
En un rincón del Parque Central, en pleno centro de La Habana, se reúne todos los días un grupo de cubanos que discuten sobre lo acontecido en la pelota cubana. Lo hacen apasionadamente, gritando, pegando saltos, realizando innumerables gestualizaciones caribeñas con sus manos y cuerpos, pero en ningún momento faltándose al respeto. Son educados hasta en pleno brote de agresividad. Todos creen que pueden ser manager de un equipo de béisbol, y cada uno de éstos fanáticos aseguran tener las claves mas idóneas para que un equipo gane un partido. Una frase socorrida de quienes hacen vaticinios que no se cumplen es: la pelota es redonda y viene en caja cuadrada.



USA al acecho

El “enemigo” también se cuela entre las gradas de un estadio de béisbol cubano. Son los llamados cazatalentos de jugadores de béisbol de las ligas americanas, las más importantes. Cuando encuentran lo que buscan, ofrecen millones de dólares. Pocos aceptan, pero los más jóvenes y atrevidos saltan la valla. Un caso conocido es el de Kendry Morales, considerado “el niño maravilla” del béisbol cubano: le ofrecieron 30 millones de dólares. La instancia deportiva cubana ( INDER) se enteró del asunto, y la policía durante unas semanas cercó al muchacho para que no se fugara, pero en un descuido una lancha rápida se lo llevó, directo y sin escalas, a las costas mayameras. Ya instalado en USA, firmó contrato con el equipo Anaheim de Florida por 6 años. Los periodistas cubanos que consulté sobre este tema coinciden todos al unísono: Kendry nunca jugará para su verdadero equipo, con el equipo de su corazón, será siempre un mercenario, y no representará nunca a sus raíces y su sangre, solo lo hará por dinero. Para los peloteros cubanos implica en lo personal un reto deportivo, y en lo económico un salto que va de los US$15 mensuales que ganan en Cuba a los millones que les esperan en USA. Los que no se atrevieron, viven de la gloria de sus jugadas sólo en Cuba, y eso es suficiente. “Que más puedo pedir”, dice un pelotero cubano que prefiere no ser identificado- “Es preferible la fama en mi país que ser recordado por ser un traidor a la patria”







Cría peloteros y servirán a la patria

Nace un niño, nace un pelotero. Para entender esta pasión descontrolada y arrebatada de los cubanos por el béisbol tenemos que irnos a los inicios de la crianza de cualquier pequeño cubano. Su primer regalo cuando aprenden a caminar es un guante, un bate y una pelota de béisbol.
Los niños se costean sus uniformes, y eso que Cuba se encuentra en una situación difícil, y comprar tela o materiales para hacer los uniformes resulta tremendamente difícil, aún teniendo dinero, ya que el bloqueo de USA impide comprar el material necesario. Pero no es razón para no jugar. Sí lo es no aprobar las materias en el colegio. Si el niño no lo hace, no puede representar ni a su municipio, ni a su provincia, ni a su país: para competir en el estadio tiene que ser buen estudiante. Esa es la base del desarrollo de un país, es el “recurso humano” como dice el comandante en jefe Fidel. Está claro que si no fuera por el talento natural, el béisbol hubiera desaparecido en la isla.











En la calle todo vale

Cualquier calle de cualquier ciudad cubana es un estadio de béisbol para organizar partidos. Jóvenes y niños son los que, mayoritariamente, inundan las calles después de la salida del colegio. Todo vale para jugar: un palo de escoba, un pedazo de madera, una pelota de tenis, y algunas fabricadas con celo y papel. Las esquinas son las preferidas por estos jugadores a pie de calle. El béisbol en Cuba tiene dos caras: una para el exterior, que luce atractiva, y otra en el país, que puede parecer insoportable. Ser cubano significa amar la patria, y amarla significa adorar el deporte nacional, ése que tiene un rival con apasionantes connotaciones políticas.


*Reportaje publicado en la revista GQ España, La Vanguardia (España) y El Mundo (Venezuela) (2005-2007)
*Si quieres verlo de otra forma link aquí: http://www.arteamundo.com/invitados/luiscobello/

domingo, 3 de febrero de 2008

La felicidad-Ciudad de Dios-Rio de Janeiro



Luiz Claudio Oliveira, 42 años, latonero de coches

"Para mi la felicidad consiste en poder comerme una buena comida rica y gustosa con mis vecinos o con las personas en general. Tener dinero para pagar las “cositas” de la vida mundana. Hacer mi trabajo cada día y hacerlo bien, para que la gente quede contenta. Poder darle a mis hijos una educación de calidad y que ellos lo agradezcan, esa es la verdadera felicidad. Lo único malo es que la felicidad es una utopía y es intangible, no se puede tocar"



Vera Monteiro de Barros, 52 años, trabaja para una empresa de cosméticos de venta por catálogo.

"La felicidad es tener salud, poder compartir lo poco que uno tiene con los demás. De eso se trata ser feliz. Yo soy feliz porque Dios me dio ojos, piernas y brazos para acariciar a las personas que quiero, para sentirlos cada día. Siempre miro hacia arriba y doy gracias al señor por haberme dado todo lo que tengo"



Shyrley Ribeiro, 20 años, trabaja en un burger. Modelo del proyecto Lente dos sonhos

"La felicidad es poder tener confort, para mi familia y para mi. Poder salir cuando quieras y a la hora que quieras. No lo tengo todo, pero tengo libertad, y eso me hace feliz"



Elisabete Monteiro, 26 años, ama de casa, lava ropa a la gente del barrio.

"Soy feliz haciendo una buena comida para mi familia y para los amigos. Cuando salgo con mis amigas a comer en un restaurante o simplemente ir al centro comercial a pasear y comer un helado. Y regreso a casa a ver la televisión y a dormir, soy feliz con todas estas pequeñas rutinas. Para mi la felicidad consiste en poder cantar mientras hago mi trabajo"



Bruno Maffei, 18 años, modelo

"La felicidad lo es todo, vivir es felicidad. Los momentos que vivo intensamente son felicidad. Estar vivo es ser feliz. Y si aprovecho mejor cada minuto de vida, ya sea yendo a la playa a nadar en las olas o leyendo un buen libro, soy aún mas feliz"