viernes, 31 de enero de 2014

La libertad como punto de partida


No existe mayor felicidad que tener libertad para hacer lo que nos venga en gana. Levantarnos por las mañanas y no tener una agenda establecida o un horario que nos limite. Muchos ya saben que el oficio de fotógrafo te permite esto y mucho más. Si bien hay diferencias notables entre hacer fotografías y crearlas, ahora mismo no las vamos a explicar. Está claro lo que eso significa.


Tener una idea, elegir un tema, decidir cómo y cuando quieres hacer una u otra cosa. Todo esto suena fantástico. Solemos confundir en no pocas ocasiones libertad con anarquía y lograr discernir sus significados para adaptarlos al oficio fotográfico es lo que define la profesionalización.  Si carecemos de lo fundamental para realizar las tareas que nos planteamos, nada de lo que hagamos tendrá la relevancia esencial que necesitamos para prevalecer y/o permanecer en los medios adonde dirijamos nuestros esfuerzos. Y para que esto hacen falta dos elementos, uno aprendido y el otro sensorial: disciplina y pasión. Si no los tenemos, apaga las luces y corre hacia la nada. Si soltamos los zorros en el bosque tienes que seguirlos y saber a dónde van.

Los 9 trabajos reunidos en este número especial dedicado a la LIBERTAD y al ser LIBRE tienen lo básico para entender las diferencias entre el oficio y el impulso efímero que invade esta actualidad invasiva de redes y engaños.

¿Cuantas veces nos hemos parado frente a un edificio y automáticamente nuestra imaginación se pregunta cómo serán los espacios que lo conforman? La fotógrafa mexicana Elizabeth Vinck, con su propuesta Condominio, entra en un edificio cualquiera de la súper poblada Ciudad de México. Disecciona milimétricamente espacios de personas anónimas que acomodan sus entornos libremente, mezclando la necesidad con la personalidad. Muestra las entrañas de una privacidad que de forma natural, genera morbo por lo íntimo. Más allá de la simpleza que esto suscita, el trabajo de Elizabeth lleva a pensar en el territorio que se hace nuestro por el tiempo que lo usemos, que algún día dejará de serlo, y que nos convierte en nómadas sin saber siquiera que lo somos.

El venezolano José Ramírez y su trabajo Reflexión sobre el horizonte, invita a pasear por sus paisajes llenos de paz y de oportunidades. El fotógrafo sabe que tiene la posibilidad de no tener que ir a un siquiatra a expresar sus penas. El visor de su cámara fotográfica es el enlace entre lo que vemos y lo que deseamos ver. Hay que tener mucha madurez técnica y mucha paciencia para diferenciar estas dualidades y llevarlas al instante que permitirá al fotógrafo reconstruir esa sensación previa al momento de dar click a la máquina.
Es sencillo identificarse con el trabajo de Ramírez aún sin ser fotógrafos. La naturaleza, en este caso expresada en blanco y negro por elección personal y libre de Ramírez, es la entrada hacia ese “yo estuve ahí”, único y personal, que lo transporta sin escalas a los olores, al clima, a la desazón, a la alegría, a la idea inacabada o a la culminación de la misma. Terminar y mirar hacia adelante, esa es la terapia. No es un secreto que todo horizonte, de cualquier color y mirado desde donde sea, nos lleva muy cerca de lo que se conoce como meditación, y hacia el encuentro con uno mismo.

El fotógrafo chileno Nicolás Sáez, con su trabajo Ruido Blanco, hace una metáfora sarcástica de lo que se ha convertido la sociedad actual: seres autómatas embobados frente a pantallas de todos los tamaños. Sobran televisores en todos los espacios. Sobran relaciones formadas a través de plasmas.  Sobran millones de minutos pasados mirando hacia ellas.  Sáez nos recuerda que el ruido que genera un televisor sin voz es un sonido que hipnotiza, que paraliza y que nos separa de la realidad. Como si de repente salieran de allí los monstruos que se albergan en cada uno de nosotros.

Alma es Felipe, y Felipe ya no es Felipe, es Alma.  Y si algo Alma sabe es que para lograr ser libre hay que sufrir. El alma de Alma vivió prisionera durante mucho tiempo en el cuerpo de Felipe hasta que un día decide buscar su liberación. La fotógrafa argentina Mariana Bellone la persigue, se mete donde quizá Alma no quería que se metiera. No hay que adivinar que para llegar a esa intimidad tuvo que insistir demasiado. Tuvo paciencia. Mariana acierta  destapando la cruda realidad de una búsqueda por encontrar un sitio en el mundo casi como una road movie. Sus fotografías tienen la suciedad de lo que Alma vive y persigue. No hay encuadres artísticos inverosímiles, ni rebuscadas imágenes contemporáneas. En este ensayo, parece que Alma tomó la cámara y se fotografió a si misma, exponiendo lo desgarrado y difícil de su camino.  Sin filtros, Bellone se convierte así en el enlace entre historia y realidad perfecto para demostrar que el oficio de fotógrafo está lleno de satisfacciones. Mariana le da a Alma una identidad, le facilita un documento de pertenencia en el planeta.

Un cubo que antes tenía líquidos o alimentos es en lo que se fijó  Marienna García en una de las cárceles venezolanas más peligrosas de ese país. Pudo presentarnos lo que incansablemente han hecho fotógrafos de todas partes del mundo: la violencia y el infierno de una cárcel latinoamericana y para más inri, venezolana. Pero no. Su curiosidad la llevo a indagar acerca de estos recipientes y se topó con una realidad diferente a lo que estamos acostumbrados a ver de estos pequeños infiernos. Diferente pero no exenta de una carga de desarraigo y tensión: 5 galones es el tamaño o la medida de la libertad de un preso. Allí guardan lo único que les puede otorgar una normalidad dentro de esa imperfección de vida a la que se sometieron: un cepillo y crema de dientes, algo de ropa, una pastilla de jabón, cigarrillos o comida. Todo aquello que se pueda compactar al máximo posible. 5 galones es lo más cercano que tienen de ser algo dentro de la nada.

Luisa Dörr, en sus noches de insomnio, se sumerge en las calles de una Sao Paulo desierta y oscura. Llama a sus amigos para retratarlos y teatralizarlos como los ángeles (o demonios) que se alojan en su realidad, y que sólo encuentra en las noches, estadio del día en el cual muchos de nosotros ( y sus amigos) estamos  más a gusto para expresar y desarrollar estados de creatividad.  Al amparo de la noche y de la soledad de las calles, Dörr se siente más libre de retratar a gusto a sus personajes, que ya son libres per se antes de ser fotografiados. Quizá sean estas personas las que Luisa ha visto por años, deambulando por calles desiertas latinoamericanas y en la intimidad de un cuarto de baño o el salón de su casa en esas noches interminables donde todo quizá tiene más sentido.

Llevando los contraluces al máximo,  el mexicano Gustavo Ruiz Lizárraga trata de abstraerse buscando en las esquinas de cualquier ciudad latinoamericana imágenes construidas por su imaginación. Lo logra. En sus fotografías, los transeúntes se quedan paralizados como si posaran, en una suerte de pintura realista y los edificios parecen maquetas que él mismo puso allí. Sin llegar a ser influenciado por el pictorialismo más básico, Lizárraga utiliza los elementos de la digitalización y post producción a su favor para recrear aquello que le conviene crear. Pero no, todo lo que está es lo que es y no hay añadiduras ni eliminados. Aún así, nuestra percepción es engamucho orden, de mucha auto. Turas ni eliminados.ñada sutilmente. Si hay algo claro en su trabajo es que para verlo y entenderlo es mejor hacerlo en completo silencio.

La fotógrafa chilena Marcela Bruna, nos descubre una realidad de su país desde una perspectiva muy original y sarcástica. De un asunto local que afecta a sus jóvenes: la educación universitaria es de las más caras del mundo. Marcela encuentra una forma de hacer protesta dándole protagonismo a personas anónimas  colocando una paleta de números con el precio que pagan por ser libres, el cual –imaginamos- va disminuyendo a medida que pasan los días, los meses, los años. Las miradas intensas, cándidas y sorprendidas de sus estudiantes, recluidos en esa cárcel ficticia que son los créditos bancarios, llevan a la reflexión de lo costoso que es poder formarse en libertad. Mientras estén condenados a pagar la deuda serán libres de poder estudiar y hacer lo que les plazca dentro de las normas del sistema, y hasta que no terminen de pagarla no serán libres para seguir su camino y enrolarse en el mismo.

Fernando Montiel Klimt ironiza sobre la gloria divina de la serenidad que todos buscamos y que el mundo globalizado que gira veloz, nos ha quitado.  Klimt crea su versión propia del Nirvana, fotografiando a sus amigos y a los que van pasando por su vida, pintando para cada uno un espacio de alegría y sosiego ficticio. Los inserta en un paraíso artificial que no es otro que el mismo de los protagonistas, llevándolos a un estado de beatitud máxima. Fernando nos recuerda que el hogar es nuestro templo de paz y tranquilidad. Sin duda el mejor lugar para crear y concebir. Es donde liberamos las cargas del frenesí exasperado que se encuentra más allá de nuestros territorios.  Da igual en qué ciudad vivas, Ciudad de México, Buenos Aires o Caracas:  en el hogar nos dejamos ver sin filtros, sin trampas.


Todos los trabajos que se agrupan en esta edición de LAT Photo Magazine simbolizan el concepto básico de energía de los autores a la hora de decidir hacer una historia.
Sin embargo, algunos de los conceptos emitidos por los fotógrafos/as en los textos que explican sus propuestas, están llenos de metaforismos innecesarios que en ocasiones lo que hacen es embarullar las imágenes y no dejarlas vivir por cuenta propia, quitándoles independencia. Lo simple solo se puede explicar de manera sencilla.

 LAT Photo Magazine con este número 4 cumple un año. Crece y se mantiene latente. Seguimos apostando por el talento latinoamericano y por las historias locales. En estos tiempos tan plagados de histerismos mediáticos y fotografías que se pierden en los timelines de las redes egocéntricas asumidas como necesarias, LAT Photo Magazine se arriesga por el trabajo concreto y disciplinado, certero y desafiante. El oficio fotográfico necesita en la actualidad de mucho orden, de mucha introspección objetiva; ya sea con un teléfono móvil o con una cámara de miles de dólares.
Podemos conformarnos, pero eso es lo que debemos evitar. No pasar por el aro del conveniente y seguro mainstream. Para dedicarse a la fotografía hay que dejar de jugar a ser fotógrafos. Hay que buscar lo que no se nos ha perdido. Y cuando llegan los reconocimientos, debes obligarte a trabajar mucho más duro y a no descansar jamás.
La cima no debería ser la meta, el secreto es escalar, en el camino tropezar, caerse, levantarse y de nuevo ajustar las cuerdas, manteniéndolas tensas todo el tiempo. Ser uno mismo, eso es lo que realmente hace la diferencia y si en ocasiones perturba a los demás es que lo estás haciendo bien.