Hace un mes que regresé de Perú. Antes pasé por Bolivia y como ya tenía un buen tiempo sin poner nada en el blog pues aquí van unas fotos y unas líneas como para no dejar pues.
La Paz, Bolivia 29 de abril.
Muchos años intentando ir a Bolivia y por fin fui. Todo para llegar en las fechas justas ( 3 y 4 de mayo) a Macha, pueblito en el sur del país donde se celebra la fiesta del Tinku, una salvajada ancestral de la que hablaré en otro post más adelante.
Pero antes de eso estuve unos días en La Paz para conocer y hacer un reportaje de las “cholitas luchadoras”, ya bastante conocidas mediáticamente en el mundo entero, pero yo no iba a dejar de hacer algo con ellas ¡obvio!
Llegué por la noche muy tarde a La Paz haciendo escala en Lima. El túnel de salida del avión fue como una transferencia a un tiempo pasado. Luces tenues, mobiliario viejo, y una sensación de abandono, de que las cosas funcionan por inercia, por suerte. Los funcionarios de inmigración están en unas casetas de los años 60 y no hay nada computarizado; no es que me importe pero desconfío de los controles y papeles apilados en torres de Babel. Nada directo y mucha burocracia. El aeropuerto del Alto, a 4.000 metros de altura es mínimo y las correas por donde salen las maletas me hicieron recordar a aeropuertos del interior de Venezuela llenos de polvo y aire viejo. Antes de ir a Bolivia sabía que en todo el viaje no iba a estar por menos de los 3.600 metros de altura. Tuve mis momentos de angustia controlada por aquello de ser fumador, hacer poco ejercicio, en fin, esta vida de aburrimiento físico. Y cuando llegué a La Paz, esperando mi maleta insconcientemente esperaba un colapso, una presión cerebral, algo que me indicara que estaba no apto para esas alturas. Pero no, recogí mi equipaje ( salió de último) y ya me estaba esperando el chofer del hotel en la puerta. Seguía sin sentir nada, bueno si, 6 grados de frío.
Lo primero que veo es un gran anuncio que dice: La Paz, 3.600 metros de placer y cultura. Bueno, que bien. Muchas luces en el camino hacia el hotel. Como estoy acostumbrado a las llegadas nocturnas a Caracas y esa visión de “que lindas las luces” por todos lados, no me ilusiono: ya sé que son los miles de ranchos ( chabolas) que rodean la ciudad. El conductor me empieza a hacer preguntas, de dónde vengo y tal. Decir Venezuela es igual a dar pie a un comentario inmediato “¡ah! Venezuela, ¿qué opina usted de fulanito? ( el presidente CH)" “Pues señor, no opino nada, es el presidente del país donde nací y donde vivo”, mi respuesta no lo corta, y se anima “el que tenemos aquí no tiene opinión propia, repite como un loro lo que dice aquel” trato de dar por finalizado el tema “Pues qué lástima” replico, y de una vez cambio la conversación, me ladilla tener que hablar siempre de cosas que no me conciernen y más cuando se trata de personajes tan aburridos. El tema que más me interesa es el de la altitud, no quiero que me dé una vaina. “Señor ¿ qué es bueno para el mal de altura?” “ Mucho té de coca, todo el tiempo, pero no abuse porque es muy fuerte y le puede dar taquicardia, eso si le digo, lo del mal de altura es sicológico, a veces la gente se predispone a que le pase” Ok, digo para mi, pienso lo mismo. La cabeza es ideal para pensar en guevonadas y la mía especialmente. Adopto la posición mental “deja ya de pensar en lo que no ha pasado”
Son casi las dos de la mañana cuando llego al hotel. Me espera un solícito recepcionista ( que me hace pensar que los bolivianos son todos así pero no, no lo son) que me ofrece el primer té de coca de los cientos que tomaré. Vuelvo con el tema de la altura, “no se preocupe, cualquier cosa estaremos muy pendientes de usted esta noche, trate de dormir bien y mañana no haga esfuerzos, descanse y sobre todo, no fume” OK, vale, hasta mañana.
30 de abril
Después de dormir irregularmente, al día siguiente me dedico a investigar varias cosas por la zona donde estoy. Me llama la atención ver por la ventana más ranchos de los que me había imaginado la noche anterior, ¡son un montón! Circundan la ciudad junto a unas bellísimas montañas gigantescas pobladas de nieve abundante.
Rancho, rancho y rancho
Limpiabotas de La Paz
Cholita iluminada
Corte de pelo por 2 dólares
Cholita suspicaz
Sol de la tarde
Y por fin siento la altura, al caminar solo una calle mis pulmones me piden más aire del que puedo darle, el corazón me late más de lo usual y me asusto un poco, pero paro y descanso, sigo, me mareo, respiro con dificultad. Prefiero volver al hotel, me tomo otro té de coca. Busco algo de comer cerca y me voy a la habitación a quedarme tranquilito. Por la noche voy a ir a ver a las cholitas luchadoras y quiero estar bien.
Ya por la tarde, me encuentro en el centro de la ciudad con el periodista Alberto Medrano, que trabaja para la empresa que organiza las luchas de las cholitas. Nos vamos a un barrio no muy lejano de allí, Villa Victoria, donde en el coliseo del mismo nombre van a llevarse a cabo los combates.
No hay nadie todavía, el lugar es deprimente, como abandonado y dejado de la mano de la suerte latinoamericana. Llegué a las 5 y salí de allí a la 1 de la mañana. La puntualidad no es virtud boliviana en absoluto. En todo ese tiempo tuve mucho espacio para conocer a las cholitas “Juanita la cariñosa”, “Reyna”, “Benita la intocable y “Rosa la cholita”. Hay también luchadores hombres pero la verdad no me interesan mucho esta vez.
“Juanita la Cariñosa” tiene 29 años y dos hijos, una niña de 12 y un niño que apenas dio a luz hace dos semanas. Ante mi perpleja cara de sorpresa por su reciente alumbramiento le pregunto “ ¿y vas a luchar hoy? y me responde “No puedo vivir sin la lucha, es algo que se lleva en la sangre y si no lucho pues no gano dinero ( ganan entre 15 y 30 dólares por combate), fueron muchos meses sin pelear y hoy por fin es mi regreso al ring”. Juanita ( su verdadero nombre es Mery), me muestra a su bebé recien nacido que va envuelto en unas mantas como un gigante paquete y casi no se le ve la carita. Orgullosa me lo muestra y le hace cariñitos. El bebé duerme plácidamente. Afuera en la calle han puesto un altavoz que escupe música de trash-speed-metal que por la mala ecualización más bien parecen rayos y truenos.
Rosa la temerosa
Benita la intocable
“Benita la intocable” ( nombre real Mariela) es otra de las cholitas que lucharán esta noche, hija y nieta de luchadores bolivianos, su destino estaba marcado por este deporte. “Me gusta pegar y sentir la adrenalina que emana de la lucha, en lo personal soy fuerte y como enemiga no me quieras tener, me gusta ser mala”. Después de decirme esto, sale a escena bailando con una música típica boliviana de fondo, el poco público ( que paga 1 dólar por la entrada) asistente en el pequeño gimnasio, que se ha mantenido aterido de frío pero paciente con la impuntualidad del evento, la recibe con abucheos, ella les responde con gestos de odio y los enfrenta, algunos niños le gritan obcenidades, ella continúa hacia el ring. Luego salen “Juanita la Cariñosa” y “Rosa la cholita”, las buenas de la contienda. Acompañará a Benita, la cholita Reyna, de 20 años, otra de las “malas” de la noche que al salir un niño le tira palomitas de maíz a la cara, Reyna se enciende y lo toma por los pelos, le estampa la bolsa en la cabeza desparramando todas el contenido por el suelo. ¿dónde estarán los padres de este niño?
Las cuatro se encuentran en el ring. Se insultan, “chola sucia, te voy a matar, me tienes harta con tus malos modales” le dice Juanita a Benita. Ésta, ni se inmuta y le da una cachetada a traición que le pone la mejilla colorada. El drama y el teatro está servido, las otras entran al ring, se jalan los cabellos, gritan, pegan patadas, hacen volteretas con sus trajes indígenas tradicionales fácilmente. Al final ninguna gana, todo es parte de la trama, para que el público vuelva y desee más la semana siguiente. Y mientras llega ese día, Juanita volverá a amamantar a su bebé y Benita regresará a su trabajo de secretaria en una oficina de abogados de la ciudad. continuará......
jueves, 16 de junio de 2011
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